Viajero. Economista. Publicista. Gestión de Centros de Enseñanza y Fundaciones. Aprendiz de Escritor. Soñador.
La bondad es ganadora
La bondad es ganadora
Cada vida humana, con su sufrimiento, tiene un valor inconmensurable. unida a la pasión de Jesucristo.
Fuerte declaración del Colegio de Pediatras de EEUU contra las intervenciones nocivas en niños trans
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El silencio de Dios en la confesión
El silencio de Dios en la
confesión
La confesión: un regalo
espiritual y sicológico
Una
de las dimensiones más asombrosas de Dios, es su misericordia. La misericordia
es el amor de Dios por el pecador. Dios no ama el pecado, pero sí al pecador.
Él
vino a decirnos que "era
amigo de pecadores...” "que no venía por los justos, sino por los
pecadores” Y que "hay
más gozo en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve
que hacen penitencia”. La misericordia es la dimensión infinita del
perdón de Dios. Dios perdona, sin condiciones.
Cuando
nos confesamos con el Sacerdote que
representa a Jesucristo, sus preguntas o consejos, que suelen ser breves
y tranquilizadoras, sabemos que terminarán con “Yo te perdono”; hasta setenta veces siete (siempre). Incluso
cuando no somos capaces de perdonarnos a nosotros mismos. Nuestra propia
conciencia, nuestra personal responsabilidad son quienes juzgan y hablan. Dios permanece en silencio y perdona.
Ser
responsable es ser libre
Todo inicia con el arrepentimiento, que no es “complejo de
culpabilidad”, sino culpabilidad real.
Cuando decimos "lo siento", aceptamos la realidad.
Cuando decimos “es mi culpa", alcanzamos la libertad. Cuando dejamos
de culpar a los demás y decimos "quien está mal con el mundo soy yo",
asumimos la responsabilidad y, recuperamos la libertad. La voluntad se
compromete y somos maduros y plenamente humanos. Del arrepentimiento nace la
alegría porque afrontamos la realidad y aceptamos la libertad.
El
psiquiatra ayuda pero, no puede perdonar.
Hay personas
que emplean esa fórmula. Van a un psiquiatra, o a un psicoanalista. A él le
descubren su conciencia. Y tratan de investigar el origen de sus errores y
fracasos. Hablan durante horas en el consultorio psiquiátrico, tratando de
hallar la serenidad perdida. Hablando, y hablando, uno se desahoga. Al
compartir sus secretos, sus fracasos, su vida, humanamente se libera. Es como
si de pronto, consiguiésemos un amigo, un socio, un cómplice. Entre dos es más
fácil llevar la carga, y compartir la responsabilidad de la vida diaria.
Ese
“desahogo” es parte importante, un primer paso para la solución, pero no es
suficiente hasta que aceptamos y asumimos la parte de responsabilidad que nos
corresponde.
La
confesión también cubre esa parte humana
de la descarga y el desahogo pero llega hasta el final con la
responsabilidad y el perdón.
Reconstruimos nuestra personalidad
Los
errores no asumidos en el conflicto diario, en cierta manera, van deteriorando
y desequilibrando, nuestra personalidad que se va fragmentando al rehusar,
consciente o inconscientemente, las propias responsabilidades. Buscamos en el escapismo y la evasión, huir
de la dura realidad de la vida y de la propia debilidad.
Somos
"desertores” del papel que nos corresponde: madres neurasténicas; esposos
infieles; empleados deshonestos; hijos desobedientes; adolescentes en rebeldía.
Inútilmente buscamos alguien a quien echar la culpa de nuestra desacomodación.
Pero es inútil: somos los únicos culpables. Deberíamos aprender a aceptarnos a nosotros mismos.
Deberíamos aceptar alegre y conscientemente nuestra responsabilidad frente a
los demás y Dios.
Todos
estamos un poco enfermos, tenemos nuestros propios desequilibrios. Enfermos de egoísmo, de sexualidad, de
envidia, de rencores, de violencia, de resentimiento, de pasiones mal domadas,
de agravios, de mentiras, de injusticias, y
mil cosas más... Es irresponsable decir " Yo soy así. Es mi
naturaleza y no la puedo cambiar".
El alivio se siente cuando uno al fin se
siente dueño y responsable de su vida. ¡Soy responsable, soy libre!
Sólo necesitamos el silencioso perdón de
Dios.
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