¿Se puede vivir la ternura en una sociedad implacable?
El
Papa Francisco está pidiendo a la humanidad algo tan llamativo como mostrar compasión de los desfavorecidos, o una
llamada a la ternura, o saber pedir disculpas. Es decir, nos está
recordando distintas manifestaciones de la caridad cristiana en el día a día.
La
caridad es una virtud tan grande que su despliegue en la vida corriente es
polifacético, tiene muchas caras
atractivas: ternura, cortesía,
delicadeza, afabilidad, amabilidad, cordialidad, empatía, simpatía, compasión,
gratitud, generosidad, altruismo, lealtad,…
En
realidad, todas esa virtudes son distintos nombres de la caridad, son el rostro
humano de lo que podría quedarse en una simple caridad seca y formal, o en una
fría cortesía.
Ya
entendemos que la ternura no
consiste en ir repartiendo abrazos a diestro y siniestro pero, también somos
conscientes de que en las relaciones sociales actuales, muchas veces, predomina el clima de desconfianza y
animadversión. En muchos ámbitos nuestras relaciones humanas, no son cordiales,
son tensas, son excesivamente competitivas.
A
veces en nuestra propia familia y, normalmente al salir de casa, tenemos miedo
a exteriorizar nuestra ternura por temor a ser engañados, malinterpretados o
ridiculizados.
Hay
que tener grandeza de ánimo para
actuar con ternura y estar convencidos de que el amor vence muchas barreras. El
místico S. Juan de la Cruz
lo decía de otra manera: ¨ Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor ¨. Es
decir, la semilla del amor crece pero, tienes que atreverte, tener la grandeza
de ánimo, de sembrar esa semilla en los terrenos más duros, en los corazones
más fríos, en las personas más distantes.
¿Cuántas
barreras rompe una sonrisa¿ Porque
existe la sonrisa de la cordialidad, la sonrisa de la simpatía, la sonrisa de
la compasión, la de la gratitud.
¿Qué
trabajo nos cuesta saludar con una sonrisa a quien lleva todo el día detrás de
una ventanilla y saludarle con un cordial y sincero ¨buenos días¨¿
Cuando
tenemos el papel de autoridad, de padre, de madre, de jefe, ser afable es ser
accesible, escuchar con benevolencia, no ser distantes ni pensar que nos van a
perder el respeto por nuestra afabilidad.
La
amabilidad es la palabra dulce que anima,
levanta, consuela y fortalece. La amabilidad es afabilidad en la conducta, naturalidad en el obrar, paz en el
semblante, benevolencia en la mirada. Se comunica y trasmite dentro de una
familia o de una sociedad.
La
cordialidad que es sinónimo de
amabilidad, nos establece unos principios internos que llevan
a tratar a los demás de buena manera. En eso consiste la tolerancia
pero, no solamente la tolerancia
ante diferencias religiosas o políticas, sino de las personas con distintos
gustos y formas de ser con las que nos
rozamos cada día. Aceptar a cada persona con su singularidad.
La
persona tierna, verdaderamente cordial, no se encuentra bien en las conversaciones
chismosas que son difamadoras y desleales, aunque los presentes sepan que se
está bromeando o caricaturizando. Frecuentemente los comentarios chismosos
tienen su origen en envidias, celos o enemistades sin fundamento. Todo ello es
lo más contrario a la grandeza de ánimo de la persona cordial que quita
importancia a esas pequeñeces y, por tanto, vuela muy por encima de ellas.
La
aceleración del trabajo o las relaciones
profesionales competitivas no justifican una actitud grosera, beligerante y,
mucho menos, cínica. La cordialidad nos lleva a convertir esas situaciones
mediante la simpatía en asuntos
triviales y con empatía en motivo de
esfuerzo compartido y gratificante.
También
es S. Juan de la Cruz
quien nos dice: “Al atardecer
de la vida te examinarán en el amor…”
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