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Marguerite Barankitse
La loca de
Burundi
El perdón es el gran legado
del cristianismo en un mundo que no sabe perdonar.
Antes
de que estallara el conflicto entre hutus y tutsis yo ya había adoptado siete
niños, cuatro hutus y tres tutsis.
Cuando
estalló la guerra civil en Burundi nadie quería saber nada de mí, ni siquiera
mi familia. Me refugie en el obispado.
Por el
camino recogí a 72 personas, entre ellos 20 intelectuales hutus que no querían
participar en las matanzas. Los hutus asesinaron a 60 personas de mi familia,
obviamente tutsis.
A los
pocos días, estaba preparando la comida para toda aquella gente cuando vi
acercarse un grupo de tutsis, entre ellos algún familiar, así que pensé que no
nos harían daño. Pero entraron, me llamaron traidora, me pegaron, me ataron y
los mataron uno a uno delante de mí. Cada vez que mataban a uno me agredían,
estoy llena de cicatrices.
Yo
tenía 11.000 dólares y le dije a uno de los asaltantes que se los daba si
salvaba a 25 niños. Pero entre ellos no estaban mis hijos, y tampoco entre los
cadáveres.
Estaba
perdida, mis propios familiares habían matado a mi gente más querida, les rogué
que también me mataran a mí, pero nadie quiso hacerlo. Entonces me fui a la
capilla y me puse a gritarle a Dios y a reclamarle a mis hijos.
Pero de
repente oí una vocecita: "Mami, mami". Fue como un milagro. Se habían
escondido debajo de la sacristía. Enterré los cadáveres, recogí a los 25 niños
y huimos.
Yo
tenía el remedio para el futuro: niños hutus y tutsis que se querían y
protegían unos a otros. Nos instalamos en casa de unos cooperantes alemanes que
habían huido. Si en la zona de los grandes lagos nos ayudamos todos, no tendremos
que ir detrás del dinero de los belgas. Hay que darse cuenta de que el amor es
muy creativo.
Comenzamos
con 32 niños y llegamos hasta 10.000. Empezaron a llegar huérfanos, niños
soldados y niños mutilados que nadie quería. En las 40 hectáreas que heredé
de mi familia construí casitas para ellos. Yo no tengo orfanatos, tengo hogares
y ellos son mis hijos. Los envío a estudiar al extranjero y luego vuelven y me
ayudan. Son médicos, psicólogos, abogados, economistas...
Periodistas
alemanes y belgas comenzaron a hacer reportajes sobre la loca de Burundi, que es como me llaman en mi país, y los
europeos que había conocido de la universidad me enviaron dinero. Luego vino el
dinero de los premios y la cooperación. Con eso pudimos alimentar a tantas
personas.
Me
amenazaban todos los días porque hacía declaraciones que molestan mucho. Es un
milagro que aún esté viva. Le contaré una bonita historia.
Uno de
los hombres que vino a matarme hoy es mi chofer. Mientras él me apuntaba con la
pistola le dije: "Eres demasiado guapo para ser un criminal. Ven y yo te
enseño otro oficio que no sea el de matar, porque los que te han enviado tienen
a sus hijos estudiando en Nueva York". Fue mi primer alumno del taller
mecánico que creé para que los niños soldados aprendieran un oficio.
Es un
milagro que no me mataran.
En otra ocasión detuvieron el autobús en el
que viajaba. Nos tumbaron en el suelo y comenzaron a matarnos uno a uno. Cuando
llegaron a mí, les dije: "He olvidado hacer testamento, acompáñenme y así
le daré el dinero a alguien".
Claro,
me acompañaron, y aproveché para preguntar a aquellos cuatro jóvenes por qué se
habían convertido en asesinos. En casa les di de comer y les pedí que me
permitieran despedirme de mis hijos. Cuando vieron aquel enjambre de niños
felices decidieron quedarse con nosotros. Nada resiste al amor, creo que ése es
el secreto.
Tengo
la vocación de hacer feliz a los otros y eso es lo que me mantiene. ¿Por qué
sigo viva? Porque cuando uno ama la vida, la vida también le ama.
Cuando
los niños llegaron desnudos, y pedí que me enviaran ropa, no me hicieron caso, así que descolgué las cortinas
del obispado y les hice bonitos vestidos.
Yo les
pedí ropa a la UNICEF
y ellos se atrevieron a mandarme banderitas porque la foto de 10.000 niños
agitándolas era publicidad. Pero la mejor publicidad es que los niños no pasen
hambre ni frío: les hice calzoncillos con las banderitas. En el mundo
necesitamos locos que se atrevan a decir la verdad.
Intento que los niños vayan a visitar a los asesinos de sus padres porque si no se reconcilian con su propia historia y miran de frente la causa de sus desgracias, la ira crecerá con ellos. El perdón es el gran legado del cristianismo en un mundo que no sabe perdonar.
Intento que los niños vayan a visitar a los asesinos de sus padres porque si no se reconcilian con su propia historia y miran de frente la causa de sus desgracias, la ira crecerá con ellos. El perdón es el gran legado del cristianismo en un mundo que no sabe perdonar.
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