La
Iglesia fundada por Jesucristo, 20 siglos de experiencia
Jesucristo
edificó la Iglesia para salvar a la humanidad, no para condenarla.
En la foto de arriba, que hemos
visto muchas veces, se encuentra la Sede del Vaticano, construida sobre los
restos de San Pedro, primer Papa elegido personalmente por Jesucristo: “Yo te
digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del
infierno no prevalecerá contra ella” (Mt 16,18).
¿Cuál
es el secreto de la autoridad de la Iglesia?: mirar constantemente a su
fundador –Jesucristo-, conociendo su prehistoria -el pueblo hebreo- , teniendo muy
en cuenta a los primeros cristianos y a los propios veinte siglos de vida,
llenos de aciertos y errores y, finalmente,…pensando en las generaciones
futuras.
El
patrimonio de sabiduría acumulada
La fe y la moral cristianas,
recogidas en el Catecismo, tienen la
consistencia de tantísimos siglos de estudio e investigación metódica de mentes
muy brillantes en áreas como las “lenguas muertas”, exégesis bíblica, teología
y filosofía. Sin olvidar, tampoco, sus
valiosas aportaciones en todas las áreas de conocimiento humano realizadas por
hombres de la Iglesia, desde las matemáticas hasta la astronomía pasando por
todas las manifestaciones del arte.
Además, la Iglesia ha acumulado
una experiencia incalculable por su presencia activa y protagonista en los
grandes acontecimientos de la historia de la humanidad desde el inicio de la
era cristiana, que le convierte en protagonista, espectadora y juez de los aciertos y errores
históricos del actuar humano y de sí misma. Su multisecular experiencia pastoral la convierte en la mejor amiga de
la debilidad humana. Jesucristo edificó la Iglesia para salvar a la
humanidad, no para condenarla
Acumular más de veinte siglos de
conocimientos es un privilegio que solamente la Iglesia Católica se puede
permitir. La Iglesia tiene la experiencia de los errores de la humanidad y de
los propios errores.
Visión
de institución divina
Ni siquiera las instituciones más
prestigiosas son capaces de acumular el
patrimonio de la propia consciencia histórica. Solamente la Iglesia puede
mirar fuera y verse a sí misma desde los
“ojos de Dios”, con una mirada de institución divina.
¿Por qué se puede permitir el
lujo de ir contra corriente de las ideologías
de moda imperantes?: por su carácter duradero y estable (eterno). La
Iglesia no gobierna para un periodo de tiempo, sino desde las generaciones
pasadas y para las generaciones actuales y futuras.
El Papa y el gobierno de la
Iglesia no son solamente un Jefe del Estado Vaticano, sino un “Jefe de la
Humanidad” de los tiempos pasados, presentes y futuros.
Cuando la Iglesia en un Encíclica
dice “no al aborto”, claramente está demostrando que no gobierna “a corto
plazo” para contar con el aplauso de la cultura predominante de la época, sino
con visión de futuro en servicio de una humanidad que parece querer suicidarse.
Lo mismo sucede en la firme defensa del matrimonio y la familia. Los que
promueven la “cultura de género” tienen los días contados pero, la Iglesia no
tiene los días -ni los siglos- contados, y ve los problemas desde mucho más
arriba y más lejos en el pasado y en el futuro, lo que le permite tener la
misericordia de decir la verdad al mundo, por mucho que le duela.
Las decisiones de la Iglesia no
dependen de un período electoral político, ni de los intereses de mayoría en la
junta de propietarios de una entidad, ni de la cultura dominante en los medios
de comunicación social. La Iglesia dice la verdad “contra viento y marea” de
las tormentas de cada momento histórico,
sabiendo que los ataques e insultos que
padece por seguir exponiendo la verdad, por desgracia, son una prueba de que está defendiendo un buen
presente y futuro para los hombres. La Iglesia, antes que actuar, debe ser luz
del mundo, simplemente, exponiendo la
verdad de Jesucristo.
En este contexto se entiende lo
que un amigo me comentaba: que “para la diplomacia de la Iglesia, la prudencia
ya es audacia”. Por eso, no es de extrañar que las representaciones
diplomáticas de cada país, se considera “embajador decano” al representante del
Vaticano.
Por todo esto, la Iglesia es la
única institución que, con pleno derecho y sin jactancia alguna, puede
autodefinirse como “Una, Santa, Universal y Apostólica”.
Cuando los cristianos vemos la
Basílica de San Pedro, nos sentimos orgullosos de nuestra Iglesia, dolidos de
los errores que hemos cometido y responsables de la salvación de la humanidad.
La imagen de ese bello edificio nos puede recordar a un aprisco, un corral de
ovejas, abierto a todos los rebaños y ovejas.
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