Las
últimas aportaciones culturales de Europa
La
semilla de una gran idea: sentido trascendente del trabajo. Llamada universal
a la santidad.
Los avances tecnológicos nos
tienen tan sorprendidos y sobrecogidos que tenemos la impresión de progresar
aceleradamente. En realidad, el progreso que disfrutamos es solamente
superficial, casi ficticio. Progresamos en mejoras tecnológicas que facilitan
nuestra forma de vivir más cómoda, lo que es solamente un aspecto periférico.
La aspiración completa a la calidad de vida de las personas se
encuentra en todo aquello que nos ayuda a conocernos y entendernos mejor a
nosotros mismos y a lo que nos rodea. De
ese mejor conocimiento derivan después los avances culturales y tecnológicos más útiles a nuestras profundas
aspiraciones. Las ideas transformadoras
se dirigen al núcleo de la persona, no a la periferia.
Los grandes principios
transformadores de la humanidad tienen un largo proceso de gestación, asimilación,
“inculturación” y, otro proceso más corto y rápido de aplicaciones prácticas y
tecnológicas que pueden ir variando y
adaptándose, según los resultados
experimentados y la satisfacción de las personas. Ese es el caso de grandes
aportaciones como la igualdad hombre mujer, el sistema político de la
democracia, la cultura de la tolerancia,…
Son los enfoques filosóficos o,
las “grandes ideas” las que, de verdad, transforman el mundo. Occidente ha dejado de generar esas grandes
ideas. Las grandes ideas permanecen para siempre aunque con adaptaciones en
su aplicación.
Pero hay grandes ideas que han
plantado su semilla.
Una
semilla pequeña como el grano de mostaza
Desde
el barrendero de mi barrio hasta Steve Jobs.
Casi todas las mañanas veo pasar
el camión de recogida de basura por delante de mi casa, un conductor y dos
empleados; prestan un gran servicio a mis vecinos y a mí; de vez en cuando les
doy una propina.
Hoy, leía la biografía de Steve
Jobs, gran cerebro de la conocida empresa Apple, por sus constantes
aportaciones informáticas y telefónicas.
No sé cómo, me puse a comparar
los servicios aportados por mis barrenderos y Steve Jobs. Llegué a la misma conclusión que el lector: son dos trabajos
muy distintos pero, ambos, muy necesarios.
Entre esos dos extremos se
encuentran las miles de actividades diferentes que realizan mujeres y hombres. ¿Qué
valor tienen los distintos trabajos humanos?
Hace tiempo que superamos la idea
del trabajo como “castigo de Dios” como consecuencia de la rebeldía de los primeros
seres humanos. La teología católica desveló otros valores del trabajo que ahora
recordaremos.
Jesucristo
dedicó 30 años a la vida ordinaria de familia y trabajo
Se suele llamar a los primeros 30
años de la vida de Jesucristo, “vida oculta”, como contraposición a los tres
años de “vida pública”. Se entiende la denominación pero, puede ser
desafortunada, al entenderse que
“ocultaba algo”, cuando es justamente lo contrario: “resaltaba algo”; Cristo
resaltaba la divinización de la vida de familia y el trabajo. Cristo encarna la vida ordinaria para
redimirnos, también, con ella. Desde entonces, la vida ordinaria de los
hombres, es también, corredentora con Cristo. Dedica el 90% de su vida a
enseñarnos el valor y la dignidad del trabajo de un carpintero y el valor de su
familia.
En 1928, un sacerdote ahora ya
canonizado, San Josemaría, fundó el Opus Dei con un mensaje central: el trabajo
humano es trabajo divino, trabajo de Dios. De esa idea central se derivan otras
importantes que dan nuevo enfoque a realidades humanas como el matrimonio, la
familia o las obligaciones cotidianas, la vida ordinaria.
Cito a San Josemaría: “No hay otro camino, hijos míos: o sabemos
encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por
eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver –a la materia y a las
situaciones que parecen más vulgares– su noble y original sentido, ponerlas al
servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y
ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo”.
“hay
un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a
cada uno de vosotros descubrir”.
Unidad de vida: somos hijos de
Dios, seamos conscientes o no, “hechos a su imagen y semejanza” y, por tanto,
en nuestro ser y nuestro actuar se refleja esa gran dignidad. No hay una parte,
o un tiempo, de la persona dedicado a Dios y otro a la vida real. Solamente
tenemos la vida real, completa, del hombre al servicio de Dios.
El Concilio Vaticano II, en una de sus grandes aportaciones, presenta
esta nueva idea semilla:
Constitución dogmática Lumen gentium: “Todos
los fieles, de cualquier estado o condición, son
llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad,
que es una forma de santidad que promueve, aun en la sociedad terrena, un nivel
de vida más humano”.
Decreto Presbyterorum Ordinis: “El
Señor Jesús hizo partícipe a todo su Cuerpo Místico de la unción del Espíritu con que Él está ungido: pues en Él
todos los fieles se constituyen en sacerdocio santo y real, ofrecen a Dios, por
medio de Jesucristo, sacrificios espirituales y anuncian el poder de quien los
llamó de las tinieblas a su luz admirable. No hay, pues, miembro alguno que no
tenga su cometido en la misión de todo el Cuerpo, sino que cada uno debe
glorificar a Jesús en su corazón y dar testimonio de Él con espíritu de profecía”.
Y el Catecismo de la Iglesia Católica dedica
16 puntos a recordarnos que todos los fieles estamos llamados a la santidad
porque tenemos una vocación cristiana.
En el n. 898: "Los laicos tienen como vocación propia
el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y
ordenándolas según Dios [...] A ellos de manera especial corresponde iluminar y
ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos,
de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para
alabanza del Creador y Redentor".
Familia y trabajo, las dos realidades esenciales de cada persona
son el lugar de búsqueda y encuentro con Dios. El matrimonio, la familia, son “un
trabajo”, el trabajo prioritario de cada persona.
Seamos conscientes o no, el trabajo nos trasciende, es servicio a
los hombres, mejora de la creación y, por tanto, amor a Dios.
Los grandes pensadores del mundo empresarial enfocaron primeramente
el trabajo como servicio, después
como calidad, ahora ya llegaron a la
excelencia; ¿serán capaces de
descubrir la trascendencia del
trabajo (los demás y Dios?)
Esta semilla del sentido trascendente del trabajo, de la vida
corriente, está ya sembrada en todo el mundo y crece contra viento y marea. Es una semilla transformadora de la
humanidad.
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