Cuando el
Estado defrauda a su propia Hacienda.
De la corrupción del Estado a
la cultura popular de la trampa.
Cuando
el gabinete ministerial de un país marca su política económica y aprueba el
presupuesto general del Estado, está determinando su presupuesto de ingresos y,
entre ellos, los ingresos por impuestos.
Al
ministerio de Hacienda le corresponde el desagradable papel de asegurar el
cobro de impuestos a los ciudadanos y empresas del país para poder cumplir con
los objetivos presupuestarios del gobierno.
Los
impuestos que pagan las personas físicas y jurídicas del país son el soporte de
la economía nacional.
Por
eso, el primer fraude del Estado a su propia Hacienda son las exenciones
fiscales injustificadas.
Mejorar los servicios
públicos
Pero,
además, esos recursos recaudados con el
esfuerzo de los ciudadanos y el empeño de Hacienda, pueden malgastarse. Por
ejemplo, se malgasta cuando se sigue engordando injustificadamente la nómina de
funcionarios públicos improductivos, o la creación de nuevos entes públicos
inservibles (Ministerio de la Juventud, entre otros muchos), o las ayudas y
subvenciones a entes públicos o privados injustificados (sindicatos de
transporte), si no van seguidas de
mejoras en la calidad de sus servicios.
El
Estado, con su política de gasto, puede elegir un presupuesto de expansión
económica o de restricción. Por ejemplo, el popular 4% destinado a Educación,
en su primera fase, tuvo un componente importante destinado a construcción y
mejora de edificios que contribuyó a la dinamización de una parte del sector
privado de la construcción. Eso es un aspecto expansivo del presupuesto.
Indudablemente,
era de justicia la actualización de los sueldos de los docentes pero, todos
coinciden en que ese aumento salarial debe ir acompañado de un mejor desempeño
en sus obligaciones docentes y, por tanto, en una mayor calidad de la enseñanza
impartida y mejora de los resultados en aprendizaje de nuestros jóvenes. La
importante cifra destinada a Educación reclama una mejora y enfoque nuevo del
sistema educativo.
Algo
similar al importante cambio en el Ministerio de Educación debe llevarse a cabo
con aspectos tan básicos como la sanidad y la policía: mayor dedicación
presupuestaria acompañada de mayor
exigencia y responsabilidad en el cumplimiento de los deberes de los
funcionarios de la salud y la seguridad de los ciudadanos.
Impulsar la economía
El
enfoque del presupuesto de gastos del Estado debe orientarse a reactivar la
economía en sectores clave como turismo, energía, construcción, transporte,
comunicaciones, exportación, pequeña y mediana empresa,… Todos ellos, sectores que
generan empleo y dinamizan la economía.
Cuando
el Estado no prioriza los recursos hacia esos sectores, está defraudando a
Hacienda, malgastando los recursos
proporcionados por los ciudadanos.
Frenar la corrupción
Después
de ver lo anterior, parece imperdonable no frenar la sangría de los recursos públicos
desviados hacia la corrupción o financiación indebida de grupos y personas
políticas, en sus distintas y creativas versiones:
desde los casos más llamativos y recientes como super tucanos, SOE, Odebrecht,
Punta Catalina, CEA, etc.… pasando por la financiación política opaca, el
blanqueo de dinero, hasta llegar a todas las corruptelas a nivel callejero y
doméstico que ha establecido una cultura popular de la trampa como forma de
vida.
Pero,
no es suficiente con la persecución de la corrupción; el Estado no debe
defraudar a Hacienda en ninguna de sus versiones de fraude; el Estado debe
hacer un empleo eficiente de los recursos que los ciudadanos le confían.
Cuando
el Estado no cumple con sus funciones, los ciudadanos se sienten con derecho a
defenderse, en parte, evadiendo impuestos, para que los recursos no se
malgasten ni se despilfarren, o “trampeando” para subsistir. Y así, entramos en
la dinámica de “a ver quién engaña más”.
De esta manera las distintas
formas de corrupción del Estado, al defraudar a Hacienda, promueven la cultura
popular de la trampa.
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