3. Inicios de la América católica y protestante
La reina Isabel destituyó Colón, por sus abusos, que fue regresado preso a España
Publicamos tres artículos del
escritor italiano Vittorio Messori que tiene la habilidad de divulgar, de hacer
asequible a todos los públicos, temas que son muy complejos.
«Las presiones de los
judíos a través de los medios de comunicación y las protestas de los católicos
empeñados en el diálogo con el judaísmo han tenido éxito. La causa de la
beatificación de Isabel la Católica, reina de Castilla, recibió en estos días
un imprevisto frenazo […]. La preocupación por no provocar las reacciones de
los israelíes, irritados por la beatificación de la judía conversa Edit Stein y
por la presencia de un monasterio en Auschwitz, favoreció el que se hiciera una
“pausa para reflexionar” sobre la conveniencia de continuar con la causa de la
Sierva de Dios, título al que ya tiene derecho Isabel I de Castilla.»
Así dice un artículo
publicado en Il Nostro Tempo, Orazio Petrosillo, informador religioso de Il
Messaggero. Petrosillo recuerda que el frenazo del Vaticano llegó a pesar del dictamen positivo de los historiadores,
basado en un trabajo de veinte años contenido en veintisiete volúmenes.
«En estas cantidades
ingentes de material —dice el postulador de la causa, Anastasio Gutiérrez— no
se encontró un solo acto o manifestación de la reina, ya fuera público o
privado, que pueda considerarse contrario a la santidad cristiana.» El padre
Gutiérrez no duda en tachar de «cobardes a los eclesiásticos que, atemorizados
por las polémicas, renuncian a reconocer la santidad de la reina». Sin embargo,
Petrosillo concluye diciendo, «se tiene la impresión de que la causa difícilmente
llegue a puerto».
Se trata de una noticia
poco reconfortante. Sin embargo, no es la primera vez que ocurre; ciñéndonos a
España, recordemos que Pablo VI bloqueó la beatificación de los mártires de la
guerra civil, por lo que podemos comprobar que, una vez más, se consideró que las razones de la convivencia pacífica
contrastaban con las de la verdad, que en este caso es atacada con una
virulencia rayana en la difamación, no sólo por parte de los judíos (a los que
en la época de Isabel les fue revocado el derecho a residir en el país), sino
también por parte de los musulmanes (expulsados de Granada, su última posesión
en tierras españolas), y por todos los protestantes y los anticatólicos en
general, que desde siempre montan en cólera cuando se habla de aquella vieja
España cuyos soberanos tenían derecho al título oficial de Reyes Católicos.
Título que se tomaron tan en serio que una polémica secular identificó
hispanismo y catolicismo, Toledo y Madrid con Roma.
El camino a los altares le
está vedado a Isabel también por quienes terminaron por aceptar sin críticas la
leyenda negra de la que hemos hablado y de la que seguiremos ocupándonos, y que
abundan incluso entre las filas católicas.
No se le perdona a la
soberana y a su consorte, Fernando de Aragón, el haber iniciado el patronato,
negociado con el Papa, con el que se
comprometían a la evangelización de las tierras descubiertas por Cristóbal
Colón, cuya expedición habían financiado. En una palabra, serían los dos
Reyes Católicos los iniciadores del genocidio de los indios, llevado a cabo con
la cruz en una mano y la espada en la otra. Y los que se salvaron de la matanza
habrían sido sometidos a la esclavitud. Sin embargo, sobre este aspecto, la
historia verdadera ofrece otra versión que difiere de la leyenda.
Veamos, por ejemplo, lo
que dice Jean Dumont: «La esclavitud de
los indios existió, pero por iniciativa personal de Colón, cuando tuvo los
poderes efectivos de virrey de las tierras descubiertas; por lo tanto, esto fue
así sólo en los primeros asentamientos que tuvieron lugar en las Antillas antes
de 1500. Isabel la Católica reaccionó contra esta esclavitud de los indígenas
(en 1496 Colón había enviado muchos a España) mandando liberar, desde 1478, a
los esclavos de los colonos en las Canarias. Mandó que se devolviera a las
Antillas a los indios y ordenó a su enviado especial, Francisco de Bobadilla,
que los liberara, y éste a su vez, destituyó
a Colón y lo devolvió a España en calidad de prisionero por sus abusos.
A partir de entonces la
política adoptada fue bien clara: los
indios son hombres libres, sometidos como los demás a la Corona y deben ser
respetados como tales, en sus bienes y en sus personas.» Quienes consideren
este cuadro como demasiado idílico, les convendría leer el codicilo que Isabel
añadió a su testamento tres días antes de morir, en noviembre de 1504, y que
dice así: «Concedidas que nos fueron por la Santa Sede Apostólica las islas y
la tierra firme del mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal
intención fue la de tratar de inducir a sus pueblos que abrazaran nuestra santa
fe católica y enviar a aquellas tierras religiosos y otras personas doctas y
temerosas de Dios para instruir a los habitantes en la fe y dotarlos de buenas
costumbres poniendo en ello el celo debido; por ello suplico al Rey, mi señor,
muy afectuosamente, y recomiendo y ordeno a mi hija la princesa y a su marido,
el príncipe, que así lo hagan y cumplan y que éste sea su fin principal y que
en él empleen mucha diligencia y que no
consientan que los nativos y los habitantes de dichas tierras conquistadas y
por conquistar sufran daño alguno en sus personas o bienes, sino que hagan
lo necesario para que sean tratados con justicia y humanidad y que si sufrieren
algún daño, lo repararen.»
Se trata de un documento
extraordinario que no tiene igual en la historia colonial de ningún país. Sin
embargo, no existe ninguna historia tan difamada como la que se inicia con
Isabel la Católica.
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