Cada
vez que participamos en la
Misa
presenciamos
el milagro más grande
En la
Iglesia a la que voy a veces entre
semana a Misa, por el horario un poco intempestivo de personas que van a su
trabajo, suele haber entre sesenta o cien personas.
Ese día, en la
breve y ágil homilía de diez minutos que suele predicar el
sacerdote, nos insistía en que ¨todos¨ celebramos la
Misa y el sacerdote preside, con el
ánimo de recordarnos que debemos ser partícipes y solidarios de lo que en ese
lugar y momento celebramos.
Durante la
homilía, no muchas veces, el sacerdote nos hace preguntas a los asistentes para
captar nuestra atención.
Insistió tanto
en que ¨todos celebramos” que, un caballero levantó la mano, se puso en pie y
dijo que era correcto lo que él decía pero, que hay una parte de la
Misa que solamente el Sacerdote
puede celebrar que es el momento y las palabras de la Consagración.
Por eso, le
dijo, a veces, cuando Ud. no está y viene un diácono, celebramos una eucaristía
pero, no la
Misa , porque no hay Consagración. El
sonrió y dijo, ¡correcto! Y por eso voy a aprovechar para hablarles del milagro
de la
Consagración.
Y aprovechó para
recordarnos las siguientes ideas;
En la
Misa que todos los participantes
celebramos, hay una parte central que es el Canon y, dentro de él, está la
Consagración , es decir la palabras que
pronuncia el Sacerdote, repetición exacta de las palabras de Jesucristo en la
última cena, por las que ocurre la ¨transubstanciación¨. Es decir, la
conversión del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesucristo. (Catecismo
Iglesia Católica n. 1353 y 1375)
Esa separación
del pan y el vino que se ven, significan la separación del cuerpo y la sangre
de Cristo que no se ven, o se ven bajo la substancia (el aspecto, la
apariencia) del pan y del vino.
Esa separación, significa, es signo sensible, es sacramento, de la
muerte de Cristo en la
Cruz , anunciada en la última cena.
Jesucristo
que permanece verdadera, real y substancialmente presente en el altar.
Por
eso la
Misa es el mismo sacrificio de
Cristo en la cruz que se realiza de forma incruenta, bajo signos sensibles, y
se renueva y se hace presente (se traslada en el espacio y en el tiempo).
Es
el gran acto de amor cósmico, como lo llama el Papa Francisco.
Y el
Sacerdote, pasando a un cierto tono de solemnidad nos dijo: por eso, dentro de
unos minutos, Uds. van a presenciar, van a ser testigos, del más grande milagro
de Dios: la conversión del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de
Jesucristo que permanece verdadera, real y substancialmente presente en el
altar.
Sin
ninguna duda, todos los presentes ese día nos quedamos como pasmados en el
momento en que el Sacerdote dijo las palabras de la Consagración y nos
preguntamos cómo podemos acostumbrarnos a presenciar esto.
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