¿Cuántos millones de drogadictos hay?
Escrito por Fernando Pascual
No es fácil dar
respuesta a esa pregunta. En parte, porque existen diversos tipos de drogas,
así como otras sustancias que no son conocidas como drogas pero que dañan y
encadenan a millones de personas. En parte, porque el mundo de la droga se
mueve en zonas oscuras, en la clandestinidad, por lo que resulta muy difícil
conseguir cifras exactas sobre la situación. En parte, porque la droga no sólo afecta a los “usuarios”,
sino a sus familiares y a personas más o menos cercanas a los mismos.
Podemos
observar, como punto de referencia, algunas estadísticas recientes. En el
informe mundial sobre la droga hecho público por las Naciones Unidas en el año
2001 se hablaba de 180 millones de usuarios de drogas en todo el mundo. En el
año 2007 la cifra de usuarios de drogas (referida a los años 2005-2006) llegaba
a 200 millones de personas. Las estadísticas sobre el consumo mundial de drogas
dadas a conocer por las Naciones Unidas en el año 2010, referidas al año
anterior, daban un margen de variación entre
los 155 y los 250 millones de personas que usaban drogas ilícitas.
Se trata de
cifras aproximativas, que no recogen toda la realidad del fenómeno. Detrás de
esas cifras hay personas con nombres y apellidos, con una historia a sus
espaldas, con un presente más o menos claro, con un futuro incierto.
Algunos
esclavos de la droga entraron en el túnel de la dependencia cuando eran niños,
quizá engañados por otros o simplemente tras la presión del grupo de amigos que
invitaban a probar algo nuevo. Otros se “enganchan” en la adolescencia o la
juventud, por motivos parecidos a los ya indicados o tal vez por el deseo de
acceder a experiencias más intensas y placenteras. Otros tenían una disposición
física que les facilitaba sumergirse en el mundo de las dependencias: bastó con
que una vez probasen una droga (también de las “legales”) para que el organismo
reaccionase de modo desordenado.
Independientemente
de las causas del inicio de la drogadicción, es importante reconocer que los
esclavos de las drogas no son simples números, sino hombres y mujeres que tienen un corazón como los demás, un alma con la
que pueden pensar y amar, un destino eterno que les permite mirar al horizonte
de lo que existe tras la muerte.
Cada uno
de ellos sufre ahora una situación de mayor o menor precariedad, al depender
física o psíquicamente de sustancias sin las cuales consideran que no pueden
vivir. Algún día pueden reconocer su estado y pedir ayuda (médica, psicológica,
espiritual), o abrir la mente a los consejos de familiares y amigos que les
invitan a dar pasos concretos para liberarse de un mundo destructivo.
En el camino
hacia la libertad, puede ser de gran ayuda reconocer lo que hace años explicaba
un documento de la Iglesia: “La droga no es el problema principal del
toxicodependiente. El consumo de droga
es sólo una respuesta falaz a la falta de sentido positivo de la vida”
(Pontificio Consejo para la Familia, “De la desesperación a la esperanza.
Familia y toxicodependencia”, 1992).
En otras
palabras, en la búsqueda de caminos para prevenir el fenómeno de la
drogadicción, y en el esfuerzo por ofrecer ayuda a quienes han sido atrapados
por las diversas formas de dependencia, hay
que promover una visión en la que la vida humana desvele toda su belleza y su
sentido profundo. Tal visión no puede prescindir del horizonte religioso,
pues la dignidad de cada hombre, de cada mujer, radica en la relación
intrínseca que tenemos con Dios en cuanto origen y meta de nuestro existir
terreno.
Sólo así será posible superar el vacío existencial que
nace desde la idolatría del placer y de la autocomplacencia para abrirnos
al horizonte en el que Dios y los demás se convierten en el verdadero centro
del propio camino humano.
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