El padre Las Casas y los indios
Una parte de la leyenda negra contra España
Por J. Rogelio Monroy Hernández
Siempre que se habla de la obra civilizadora de España en tierras de
Hispanoamérica, suele ocurrir que algunos consideren al dominico Fray Bartolomé
de las Casas como uno de los grandes benefactores de estos pueblos.
Se realza de tal modo su figura que –quienes no posean básicos
conocimientos históricos– pueden llegar a creer que el padre Las Casas supera
con mucho a Don Vasco de Quiroga, a fray Pedro de Gante o a san Junípero Serra.
Sin embargo, la figura de fraile tan controvertido es un mito más con
el cual se deforma la verdadera historia.
Bartolomé de las Casas nace en Sevilla en 1474, viaja a tierras del
Nuevo Mundo, allí le entregan indios en encomienda, renuncia a ellos, se hace
fraile y es entonces cuando se dedica a recorrer medio mundo hablando en contra
de los abusos que se cometían con los indígenas.
Su obra principal es ‘Brevísima relación de la destrucción de las
Indias’, un libro apasionado con el cual no le importa deformar la verdad e
incurrir en exageraciones con tal de defender sus tesis.
El dominico sevillano, completamente alejado de la sindéresis que debe
caracterizar a toda persona ecuánime, resume su postura en la siguiente frase:
Todos los indios son unos ángeles en tanto que todos los españoles son unos
demonios.
Al situarse en un maniqueísmo tan absurdo, el padre De las Casas se
cierra a todo argumento razonable puesto que la obsesión lo domina del mismo
modo que la droga domina a un vicioso.
En el libro antes citado, fray Bartolomé se despacha a gusto atacando a
España, al rey, al sistema jurídico hispano y a los españoles residentes en
América.
Vale la pena citar dos de sus exageraciones que convierten su libro en
una obra de nulo valor histórico:
Al hablar de la Isla de la Española (hoy Santo Domingo y Haití) dice
que por allí corren treinta mil ríos y arroyos, doce de los cuales son tan
grandes como el Duero, el Ebro y el Guadalquivir; y veinticinco mil de ellos,
riquísimos en oro.
La realidad es que en dicha isla solamente hay dos ríos importantes,
cuyo curso es la mitad o tercera parte de largo de los ríos españoles antes
mencionados.
Cuando se refiere a la “maldad de los españoles”, De las Casas nos dice
que los indios muertos por los conquistadores fueron más de veinticinco
millones.
Si dicha afirmación fuese verdad, no existiría un solo indígena en
Hispanoamérica puesto que el exterminio habría sido total.
¿Puede ser digno de crédito la obra de un mentiroso redomado?
Aparte de lo anterior, las Casas fue un tipo incongruente:
Cuando se desplazaba a través de la Nueva España, llevaba siempre
consigo dos o tres docenas de indios cargándoles sus pesados equipajes y sin
pagarles nada.
Con esto violaba flagrantemente la Ley Nueva 24, la cual prescribía que
no se cargase a los indios sin pagarles y, aunque se les pagase, nunca debería
cargárseles contra su voluntad.
El Padre De las Casas no vaciló en recomendar que se trajesen al Nuevo
Mundo negros cazados al lazo en las costas del África Occidental.
Si Fray Bartolomé amaba tanto a los desvalidos, sería bueno
preguntarle: ¿Acaso los infelices negros no eran también hijos de Dios?
Las difamaciones, calumnias y exageraciones de este personaje hicieron
que el misionero fray Toribio de Benavente, “Motolinía”, le escribiese una
carta al emperador Carlos V en la cual rebatía y desenmascaraba al dominico
sevillano.
Ahora bien, las exageraciones e incongruencias de este personaje
hubieran pasado sin pena ni gloria de no haber sido porque los enemigos de
España y de la Iglesia se basaron en ellas para dar vida a lo que conocemos
como la Leyenda Negra.
A fines del siglo XVI, el libro del De las Casas gozó de gran fama en
Europa ya que –en poco más de seis décadas– se hicieron treinta y tres
ediciones de esta.
Lo que se perseguía con propaganda tan tendenciosa era fomentar el odio
tanto contra España como contra el catolicismo.
Los enemigos de España y de la Iglesia supieron aprovechar a las mil
maravillas la obra de este tejedor de calumnias puesto que la propagaron por
millones inundando los mercados de la Inglaterra anglicana y de la Europa
protestante.
Cuando en el siglo XIX en el mundo entero surge una poderosa reacción
contra el colonialismo, se dio el caso de que todas las baterías del odio y de
la intriga se enfilaron contra España y contra la Iglesia.
En cambio –con absoluta mala fe– se pasó por alto cómo la colonización
inglesa en Norteamérica fue cien veces más cruel que la española.
No se olvide que el lema de los
colonizadores anglo-protestantes era el siguiente: “El mejor indio es el indio
muerto”.
Y vaya que les resultó puesto que, allá en los Estados Unidos, la raza
indígena fue totalmente exterminada.
Algo que, gracias a Dios, no ocurrió en tierras del mundo hispánico.
Y
concluimos citando al historiador Alfonso Trueba: “Las Casas tiene una estatua
en la ciudad de México; Motolinía no tiene ninguna. Esto es explicable. A Las
Casas se le honra no porque defendió a los indios, sino porque difamó a España
y sirvió a los enemigos