Para los primeros cristianos Cristo es Rey y María es Reina.



Para los primeros cristianos Cristo es Rey y María es Reina.

Tardaron años en darse cuenta que su reino es espiritual.

“…el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente la casa de Jacob…” Lc. 1,29

La monarquía como sistema de gobierno, estaba enraizada en la historia y cultura del pueblo hebreo, una sociedad teocrática en la que el Rey representaba la voluntad divina.  Dentro de la jerarquía monárquica se consideraba reina, primeramente, a la madre del rey.
En los libros de los Reyes siempre se menciona a la madre de cada rey.

Es interesante leer el relato (1R, 2-25) en el que Adonías habla con Betsabé,  la madre del rey Salomón para que esta le consiga un favor. “Betsabé se presentó ante el rey Salomón para hablarle en favor de Adonías. Al verla, el rey se levantó, se inclinó ante ella y se sentó sobre su trono. Hizo poner otro trono para la madre del rey y esta se sentó a su derecha”.
Es  decir, Salomón concede a su madre Betsabé las consideraciones de una reina, de la Gran Dama. 

Los hebreos esperaban la llegada del rey que heredase el trono de David y gobernase sobre ellos. El mesías que esperaban era un rey, su madre la reina. Para los primeros cristianos Cristo es rey.
Por eso, no son de extrañar las palabras del ángel Gabriel a María en la anunciación en Lc. 1,29: “Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin”. Es decir anuncia a María que va a ser madre del Rey  esperado y, por tanto, Reina.

Pero llama la atención, en el párrafo anterior, cuando el ángel saluda a María, y la Virgen “se turbó” ante la presencia del ángel, sus palabras y su saludo “Dios te salve “,”ave”, destinado a la realeza. Es decir, el ángel Gabriel está dando a María el trato de reina y, concretamente de Madre del Rey. “…y consideraba que podía significar este saludo”.
Por eso, a los primeros cristianos, les parece lógico que María intercediera en las bodas de Caná y consiguiera el primer milagro público de Jesús, a pesar de  “que no había llegado su hora”.  Los primeros cristianos entienden que María utilice la influencia de su realeza, como madre del Rey.

Los primeros cristianos tardaron años en comprender que “Mi reino no es de este mundo” (Jn. 18,36) y que “Mi Reino está en medio de vosotros” (Lc. 17, 21). Después del milagro de la multiplicación de los panes, ”Jesús conociendo que estaban dispuesto a llevárselo para hacerle rey, se retiró otra vez al monte él solo” (Jn. 6,15)
Tardaron en entender que el Reino de los Cielos está en nuestros corazones y que se establecerá definitivamente al final de los tiempos: “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64).
Necesitaron años para comprender que no era un reino solo  para el pueblo hebreo, sino universal y, además, espiritual.

Los cuatro evangelistas describen la inscripción en la cruz de Jesús, sobre la que Pilato indica el título, la causa, de la condena de Jesús
Jn. 19-20: “Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: Jesús de Nazaret, el rey de los judíos. Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego”.
Su Madre, la Reina, estaba al pie de la cruz.

Juan, el discípulo predilecto de Jesús, que recibió a María como Madre al pie de la Cruz, es el más indicado para entender el reino espiritual de Cristo y para escribir en  Apocalipsis 12: “Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna  a sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas”

Benedicto XVI en un discurso en la fiesta de la Inmaculada Concepción,  comenta acerca de este texto:
“En la visión del Apocalipsis, hay otro detalle: sobre la cabeza de la mujer vestida de sol hay `una corona de doce estrellas`. Este signo representa a las doce tribus de Israel y significa que la Virgen María está en el centro del Pueblo de Dios, de toda la comunión de los santos. Y así esta imagen de la corona de doce estrellas nos introduce en la segunda gran interpretación del signo celestial de la «mujer vestida de sol»: además de representar a la Virgen, este signo simboliza a la Iglesia, la comunidad cristiana de todos los tiempos. Está encinta, en el sentido de que lleva en su seno a Cristo y lo debe alumbrar para el mundo: esta es la tribulación de la Iglesia peregrina en la tierra que, en medio de los consuelos de Dios y las persecuciones del mundo, debe llevar a Jesús a los hombres”.

Por eso en la oración del rosario, en las letanías, los cristianos invocamos la realeza de María, imitando a los primeros cristianos:




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