La vida cotidiana requiere valentía



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Sin saberlo, somos valientes

La vida cotidiana requiere valentía


Se necesita valentía  en una diversidad de circunstancias de las que pocas veces somos conscientes. La valentía es la fortaleza de la voluntad que nos permite vencer el miedo. A menudo sucede que sabemos lo que deberíamos hacer, pero tenemos miedo de hacerlo por las consecuencias que podemos sufrir.


El temor hace que nuestra voluntad se debilite. La valentía garantiza que tendremos la firmeza para superar nuestro temor y hacer lo correcto  superando  las dificultades.


Los temores


Hay varios tipos de temores que con valentía afrontamos sin ser conscientes:

El pánico al esfuerzo excesivo para alcanzar metas.

El miedo a quedar mal en determinadas circunstancias.

Temor a fracasar en un plan, a poner en peligro la propia comodidad o el bienestar adquirido.

Pavor al cansancio, a los disgustos.

Miedos basados en invenciones de la imaginación

Los temores frenan mucho el avance en cualquier proyecto, incluso obstaculizan el primer intento.

Quien se fija demasiado en las dificultades se paraliza por miedo al esfuerzo, al cansancio, al fracaso.



Los actos de valentía



Los  valientes se lanzan en busca de objetivos a pesar de los obstáculos previsibles o imaginarios.


Por ejemplo:


  • Ser  generoso con nuestro dinero y bienes materiales.

  • Cuidar a alguien con una enfermedad grave,

  • Superar el miedo al esfuerzo previsible.

  • Ser sincero y tener coraje  cuando es difícil decir la verdad.

  • Un matrimonio necesita valentía para hacer las paces porque intuye que va a ser costoso.

  • La mejora en una cualidad exige superar dificultades.

  • Decidirse a comenzar y recomenzar constantemente.

  • Acometer grandes empresas, se llama magnanimidad.  

  • Emprende la búsqueda de Dios.

  • Confesarse para corregirse.

  • Hablar o exponer algo en público, superando el miedo a quedar mal.

  • Mantener las propias convicciones, aunque el ambiente sea contrario y puedan surgir burlas o desprecios.



Huir de las ocasiones de pecar no es cobardía, sino sabiduría. Más valentía muestra el que huye del peligro aunque le critiquen y se burlen. 


Reconocer con sinceridad los propios defectos y decidirse a luchar contra ellos.

Iniciar una gestión difícil con un cliente o un proveedor.



Hacerle ver al jefe algún error que comete en el ejercicio de su gobierno

Con estos ejemplos vemos que la valentía está muy presente en la vida ordinaria y necesitamos firmeza de carácter que proviene de la valentía.

Audaces, cobardes, héroes, temerarios y valientes




La prudencia pone límites a la valentía evitando que se convierta en temeridad, o en actitudes irresponsables.


Las fanfarronadas no son muestra de valentía sino de presunción. El verdadero valiente no alardea de sus victorias, pues sabe que tuvo que vencer el miedo. Quien nunca tiene miedo no es valiente sino temerario


Dice Aristóteles que la valentía  es un término medio entre el miedo y la temeridad.


Ambas cosas –temer lo temible y soportar lo que puede y debe ser soportado– indican que la valentía es inseparable de la prudencia y de la confianza en uno mismo. Porque el valiente calibra adecuadamente cuándo y por qué debe hacer frente al temor y superarlo; pero, al  mismo tiempo, quien es valiente tiene que poseer una indudable confianza en sí mismo, y confianza, también, en alcanzar el objetivo que se propone.


El cobarde, por su parte, no sólo peca de exceso de temor, sino también de falta de confianza.


El cobarde, ciertamente, no es más que un pusilánime que a todo teme y a quien todo sobrepasa y excede sus fuerzas. No se es, pues, cobarde por temer, sino por temer en exceso, y sobre todo por verse incapacitado para superar el temor. No se trata de un plus de prudencia, sino de un déficit de valor.


Ser temerario supone asumir riesgos injustificados e innecesario, asumir peligros sin razón  para asumir.


La temeridad tiene, en efecto, la apariencia de la valentía y de la audacia. Pero no es ni lo uno ni lo otro. El temerario es hijo, pues, de la imprudencia.

Podemos  decirlo así: donde la valentía puede, sin desdoro, detenerse, llega la audacia
 

Finalmente, el héroe, en cambio, decide por una prudencia que opta por ignorarse a sí misma e inmolarse.

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