¿Cómo nació el villancico “Noche de paz”?


¿Cómo nació el villancico “Noche de paz”? :
“Stille Nacht, heilige Nacht!”
Hoy se canta en los cinco continentes y en muchas lenguas, desde el alemán hasta el japonés, desde el suahili hasta el afrikans, desde el español hasta el ruso,…
Esta es la bella historia del Villancico tal y como como apareció en 1994 en un artículo publicado por la revista Selecciones de Reader's Digest
Cerca de Salzburgo, en la pequeña población austríaca de Oberndorf  se acababa de descubrir que el órgano estaba seriamente dañado. Era la iglesia de San Nicolás en el año 1818. 
El Padre Joseph Mohr, de 26 años párroco, hijo ilegítimo de una costurera y un soldado, tenía talento para la música. De chico había ganado dinero cantando y tocando en público el violín y la guitarra, y en sus tiempos de estudiante se había sostenido con lo que obtenía como músico. Su tenacidad y su talento llamaron la atención de un clérigo, que lo convenció de que ingresara en el seminario. Mohr se ordenó en 1815, y dos años después lo destinaron a la iglesia de Oberndorf. Allí sorprendió a sus feligreses porque, además de predicar la palabra de Dios, tocaba la guitarra, instrumento con el cual pasaba fácilmente de la música popular a los himnos religiosos.
Aquella tarde, ante el problema que veía venir, el sacerdote se retiró a la quietud de su estudio. Sabiendo que a los villancicos existentes en ese entonces no les iba bien la guitarra, decidió componer uno. Ya dispuesto, con una hoja de papel en blanco y una pluma de ave, se puso a pensar en una familia que había visitado hacía poco para bendecir a un recién nacido. Del recuerdo de la madre que sostenía en brazos a la criatura bien abrigada a causa del frío invernal, la imaginación de Mohr voló a otro humilde nacimiento, ocurrido hacía casi 2000 años.
Comenzó a escribir, y su pluma corría como si la guiara una mano invisible. Apareció entonces en el papel un estribillo: “Stille Nacht, heilige Nacht!” En seis estrofas de versos sencillos, como de poema infantil, el joven cura relató el milagro de la Navidad.
Quedaba muy poco tiempo cuando terminó, y aún faltaba crear una melodía para los versos, antes de la misa de gallo. El sacerdote fue a buscar a su buen amigo Franz Xaver Gruber, de 31 años, quien enseñaba en la escuela de la vecina aldea de Arnsdorf y, además, era mejor compositor que él.
A diferencia de Mohr, Gruber se había visto obligado a ocultar su pasión por la música porque, al decir de su estricto padre, esta profesión no daba de comer. En consecuencia, Franz había tenido que escaparse de su casa por las tardes para ir a tomar lecciones de música. Y aprendió tan bien que un día en que su padre lo oyó tocar el órgano, cedió y le permitió continuar con sus estudios.

Franz decidió dedicarse también a la docencia. En aquella época era común que los maestros de escuela prestaran igualmente sus servicios de organista y director del coro en la iglesia de la localidad donde trabajaran. Así pues, cuando Gruber fue enviado a Arnsdorf, siempre se le vio con buenos ojos en la vecina parroquia de San Nicolás.
Esa Nochebuena, de acuerdo con los historiadores que reconstruyeron los acontecimientos, Mohr visitó a Gruber y a su numerosa familia en la modesta vivienda que ocupaban arriba de la escuela, lo puso al corriente de su problema. Luego le entregó lo que acababa de escribir y le preguntó si podía componer una melodía para dos voces, coro y guitarra, a tiempo para la misa de gallo.
Al leer los versos del padre Mohr, Gruber se sintió sin duda conmovido por su belleza y su inocencia. Entonces se sentó al piano y comenzó a trabajar.
Utilizando tres acordes básicos del repertorio musical, el organista entretejió una melodía sencilla y evocadora. Luego, ya de noche, se la llevó a su amigo. Como casi no disponían de tiempo para ensayar, Morh y Gruber acordaron que el primero tocaría la guitarra y cantaría la canción, mientras el segundo lo acompañaba con su voz de bajo. Al final de cada estrofa, el coro se les uniría para entonar el estribillo.
A medianoche, los feligreses entraron en la iglesia, esperando ver el templo cimbrarse con el sonido del órgano mientras iban ocupando los estrechos bancos de madera. Pero todo estaba en silencio.
El padre Mohr se encaminó a la nave y con una seña le indicó al maestro Gruber que se colocara a su lado. Con la guitarra en las manos, debe de haber explicado que el órgano se había averiado, pero que la misa de gallo tendría música, porque Gruber y él habían preparado un villancico.
Mientras Mohr rasgueaba la guitarra, dos melodiosas voces llenaron el recinto. El coro se les unió cantando a cuatro voces el estribillo. Los fieles escucharon emocionados tan puro y fresco villancico. Luego, Mohr procedió a la celebración de la misa, y los presentes se arrodillaron para orar. La Nochebuena en la iglesia de San Nicolás resultó de lo más lucida.
Poco faltó para que la cosa terminara allí. Mohr y Gruber crearon su villancico sólo por sortear una dificultad, y posiblemente no pensaban volver a tocarlo. En la primavera siguiente el órgano quedó reparado, y al poco tiempo Mohr fue transferido a otra parroquia. Durante algunos años hubo en torno a aquella composición un silencio tan profundo como el de la noche de 1818 que había glorificado.
Sin embargo, para fortuna del mundo, el órgano de San Nicolás volvió a dar lata. En 1824 o 1825, la parroquia contrató a un célebre constructor de órganos, llamado Carl Mauracher, para que lo reconstruyera. El viejo organista encontró la canción de Mohr y Gruber en el coro de la iglesia, y la dimensión universal de su sencillez seguramente lo cautivó. Cuando Mauracher le pidió que le hiciera una copia de la canción, Gruber, que se hallaba supervisando la reparación del órgano, accedió de buen grado.
Al marcharse de Oberndorf, Mauracher se llevó la obra. Y la gente que después la conoció a través de él quedó encantada tanto con la letra como con la melodía. Pronto, varias compañías de cantantes tiroleses de estilo popular que recorrían Europa la añadieron a su repertorio.
Entre esos cantantes estaba la Familia Strasser. Este grupo, integrado por cuatro hermanos de voces angelicales, actuaba en las ferias comerciales al mismo tiempo que vendía guantes fabricados por la misma familia. En 1831 o 1832, los Strasser entonaron Noche de paz en una feria de Leipzig. Al público le agradó muchísimo. Poco después, un editor de esa ciudad la publicó por primera vez, identificándola como Tirolerlied, o “Canción tirolesa”. No mencionó ni a Joseph Mohr ni a Franz Gruber.
A raíz de esto, la letra y la música se difundieron con gran rapidez. Noche de Paz no tardó en cruzar el Atlántico gracias a los Rainer, una familia de cantantes populares que se presentaba en diversos lugares de Estados Unidos.
En todas partes, el público empezó a creer que Noche de Paz era más que una canción popular, y hubo quien la atribuyó a uno de los Haydn. Entre tanto, en sus respectivos pueblos, Gruber y Mohr ignoraban la fama que su composición estaba alcanzando. En 1848, el padre Mohr murió de pulmonía, sin un centavo en el bolsillo. Nunca supo que su villancico había llegado a los rincones más remotos de la Tierra.
Gruber se enteró del éxito de la canción en 1854, cuando el concertino del rey Federico Guillermo IV de Prusia comenzó a indagar su origen. Al recibir la noticia, Gruber, entonces de 67 años, envió a Berlín una carta en la que le explicaba cómo había nacido la canción.
Al principio, casi ningún estudioso creyó que dos personas tan humildes hubieran compuesto un villancico tan famoso. A la muerte del viejo maestro de escuela, acaecida en 1863, todavía se dudaba de su autoría.
Hoy ya no hay controversias acerca de quiénes compusieron la canción. En Austria se erigieron monumentos en honor de Mohr y Gruber, y el legado de estos hombres se ha convertido en parte esencial de la celebración de la Navidad en todo el mundo. William Studwell, experto en villancicos, dice: “Noche de Paz es el símbolo musical de la Navidad”.
Es verdad: hoy se canta en los cinco continentes y en muchas lenguas, desde el alemán hasta el japonés, desde el suahilí hasta el afrikans, desde el español hasta el ruso, siempre con expresión del mismo sentimiento de paz y alegría.

A lo largo de los años se ha comprobado que este sencillo villancico tiene poder para inspirar una paz celestial. Durante la tregua de Navidad de 1914, por ejemplo, los soldados alemanes en las trincheras del frente occidental comenzaron a cantarlo, y a sus voces se unieron las de los soldados británicos, situados al otro lado de la tierra de nadie.
Durante esa misma guerra, en un campo de concentración siberiano, los prisioneros alemanes, austriacos y húngaros entonaron a coro Noche de Paz.
En la Checoslovaquia ocupada por los nazis, en 1944, un oficial alemán que visitaba un orfanato preguntó si alguno de los niños sabía cantar Noche de paz en alemán. Un niño y una niña se adelantaron con paso vacilante, y comenzaron a entonar. El oficial sonrió, y entonces los pequeños callaron, como si de repente hubieran recordado algo que los aterrara. En esa región del país, la mayor parte de la gente que hablaba ese idioma era judía. Viendo su temor, el oficial los tranquilizó. –No teman- les dijo. También a él lo había tocado la magia de la canción.
Siete años más adelante, durante la guerra de Corea, un soldado estadounidense llamado John Thorsness se hallaba de guardia en una Nochebuena cuando le pareció oír acercarse al enemigo. Sin retirar el dedo del gatillo, vio que un grupo de coreanos aparecía en la oscuridad. Iban sonrientes. Luego, para asombro del soldado, entonaron Noche de paz, sólo para él. Después se perdieron en las sombras.

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Una casa para cada ciudadano


Una casa para cada ciudadano
Si las personas se unen a construir sus viviendas, aprenderán construyendo, crecerán aprendiendo y ascenderán moralmente viendo los resultados.
En primer lugar es necesario saber que en República Dominicana hay un déficit de un millón de viviendas. El bajo nivel de ingresos y los elevados costes financieros de los créditos hipotecarios hace que muchas familias dominicanas no puedan aspirar a tener vivienda propia y, otros muchos miles, en viviendas totalmente indignas.  
Haber vivido toda la vida en condiciones de pobreza y pertenecer a la orden religiosa franciscana, con su ideal de renuncia a lo material, así como lograr que miles de dominicanos vivan en condiciones dignas y en una casa propia, es el impulso que ha llevado al fraile José María Guerrero a crear la Fundación Futuro Cierto y a iniciar una campaña de donaciones para construir viviendas a personas de escasos recursos.
Oriundo de Higüey, fray José llegó a la comunidad El Caliche de Villa Duarte, en Santo Domingo Este, cuando tenía tres años, allí vivió de primera mano la pobreza, la marginalidad y las vicisitudes de coexistir en un barrio que cuando llueve “todo” se inunda, sin que ninguna autoridad gubernamental se interese lo suficiente para intentar resolver el problema.
Por eso la primera etapa del proyecto “Viviendas Dignas para los Pobres: todos por El Caliche de Villa Duarte” será iniciada en esa barriada levantada en una hondonada, con la reubicación temporal de unas 70 familias, que luego retornarán a lo que será su nuevo hogar.
Para lograr este objetivo la Fundación pretende recolectar entre 30 y 50 millones de dólares, a través de la donación de cada dominicano en cualquier parte del mundo. Aspiran recibir como mínimo 50 pesos al año de cada persona que escuche el mensaje, y de quienes residan en el extranjero 20 dólares o 20 euros.
“Los dominicanos podemos darnos aquello que los políticos nos han negado, durante toda la historia de República Dominicana, por ejemplo las viviendas”.
“Me he convencido en mis años de vida franciscana y sacerdotal que es inútil seguir esperando en las instituciones gubernamentales, ya que estas están dirigidas, en su mayoría, por personas sin conciencia y poco interesadas en el bienestar del pueblo, sino más bien en sus propios intereses”.
La campaña de donaciones será permanente, pero la Fundación la repetirá cada diciembre para incentivar la buena voluntad de mucha gente “que quisiera dar a los demás, pero no sabe cómo hacerlo”, a fin de reunir los recursos necesarios para dejar concluida la construcción de 100 edificios de tres niveles y con 12 apartamentos cada uno.
Los moradores de El Caliche contribuirán con la mano de obra del proyecto habitacional, que al final será suyo. Fray José considera que si en cada sector pobre las personas se unen a construir sus viviendas, o edificios de viviendas aprenderán construyendo, crecerán aprendiendo y ascenderán moralmente viendo los resultados.
“Queremos darles seguimiento a los padres para que, a través de un proceso de formación humana y técnica salgan de su situación de miseria”.
“Sabemos que es un proceso lento y difícil, pero si todos los hombres y mujeres de buena voluntad nos unimos, lograremos levantar una generación diferente, capaz de convivir sanamente, respetando la vida, los derechos de los demás y el medio ambiente; una generación dispuesta a luchar y mantener la paz”.


la corrupción adquiere niveles indecibles

Conferencia Episcopal Dominicana: 
la corrupción adquiere niveles indecibles
Lo inquietante, lo desgarrador, 
es cuando la corrupción se torna “cultura”.
La sociedad dominicana levantó, desde hace unas semanas, su alerta por la cultura de la corrupción ante  el caso de los seis jueces que están siendo sometidos a la justicia  por presunta implicación en aceptación de soborno en temas de narcotráfico y blanqueo de activos.
Pero, aún en estos días, se espera que salgan a la luz pública nuevos escándalos en el ejercicio del ministerio judicial. 
La Conferencia  Episcopal Dominicana anunció que la corrupción ha tomado niveles indecibles. Por ello, recuerdan lo que vienen diciendo desde declaraciones anteriores.
“La corrupción va llegando a adquirir niveles indecibles. Casi todo lo invade, y lo que es peor, va obteniendo carta de impunidad y de descaro público”.
“En la administración pública la corrupción es más execrable, ya que el empleado del Estado es un servidor del pueblo y administrador de bienes comunes”.
Se refieren a un mensaje emitido el 27 de febrero de 1995, hace 20 años, en el que indicaban que el tema de la corrupción era tan socorrido que en ese momento no había entrevistador que se les acercara a los obispos sin que le preguntara sobre la cuestión.
“Corruptos individualmente los va haber siempre, dada la flaqueza y avaricia humanas. Lo inquietante, lo desgarrador, es cuando la corrupción se torna “cultura”, modo común de un pueblo, estilo de vida, de enfrentar la existencia, de resolver problemas fundamentales.
Recordaban en esa oportunidad a los católicos que: “La honestidad e integridad es una exigencia de la mera ética natural. Y para los católicos es además una urgencia ineludible de su fe viva. No se puede ser hijo de Dios y hermano de los que nos rodean con un corazón corrupto”.
Finalmente, la Conferencia del Episcopado Dominicano recordó su mensaje emitido el 27 de febrero del presente año, en el que también hacían referencia a la corrupción:
“La política es vista más como un negocio que como un servicio al bien común. En este juego sucio de intereses políticos, los únicos perjudicados son los ciudadanos de la clase media y baja, que son la mayoría de la población”.
“Más que institucionalización para el bien común, el Estado se convierte entonces en fuente de inequidad a través de la corrupción, que se utiliza no sólo para el enriquecimiento personal, sino como una plataforma de financiamiento de la actividad política”.
“De no castigarse ejemplarmente los casos de corrupción en el Estado, no se podrá esperar de la mayoría de la población un uso honesto de los bienes públicos ni una actitud de colaboración en beneficio de la convivencia ciudadana”.
Los obispos dominicanos respaldan sus reflexiones sobre la corrupción haciendo acopio a la Bula del papa Francisco “Misericordiae vultus” (El rostro de la misericordia), en el que alude al tema de la corrupción e invita a la conversión.
En ese documento de este año, que forma parte del Magisterio de la Iglesia, el Sumo Pontífice califica a la corrupción como una “llaga putrefacta de la sociedad”, la cual califica como “un grave pecado que grita hacia el cielo, pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social”.
El papa Francisco afirma que “la corrupción impide mirar el futuro con esperanza, porque con su prepotencia y avidez destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres”.

Los integrantes de la Conferencia del Episcopado Dominicano reafirmaron que la corrupción es producto de la flaqueza y la avaricia de los seres humanos, por lo que creen que siempre existirá en el  país.