Gabriela fue calificada como un “feto inviable”



Gabriela fue calificada como un feto inviable, hoy lucha contra el horror del aborto

A sus padres les dijeron que si no moría antes o al poco tiempo de nacer, iba a ser un vegetal

Por: Giselle Vargas | Fuente: ACI Prensa 

A las 27 semanas de gestación, la chilena Gabriela Statt fue diagnosticada con espina bífida, una malformación a la columna que para algunos médicos tiene un desalentador pronóstico; en cambio para ella se convirtió en el motor de lucha contra la discriminación que promueve el proyecto de ley de aborto en Chile.

El proyecto de aborto planteado para los casos de riesgo de vida de la madre, “inviabilidad fetal” y por violación, fue aprobado esta semana en la Comisión de Salud del Senado de Chile y pasó a la Comisión de Constitución con el carácter de suma urgencia.

“Me violenta profundamente que la causal de inviabilidad, que además no tiene límite gestacional, sea la que menos cuestionamientos provoque entre los parlamentarios”, expresó Gabriela a través de una carta en un diario de circulación nacional.
A casi 20 años de su diagnóstico y de someterse a doce operaciones, Gabriela camina con muletas, es estudiante de trabajo social, habla tres idiomas y junto a su familia siguen “con horror” el avance del proyecto de aborto.

Además, Gabriela es voluntaria del Movimiento de Mujeres Reivindica, que busca la equidad e inclusión de las mujeres y la defensa de la vida, y su meta es especializarse en maternidad vulnerable y mujeres con embarazos vulnerables.

“No es un dato menor que luego de las causales del proyecto, las encuestas muestran mayor aceptación al aborto por discapacidad y situación económica, evidenciando que el apoyo al aborto se aloja en un sentimiento tremendamente discriminatorio que aún prevalece en nuestra sociedad”.

La estudiante de trabajo social pidió a los legisladores “que se pongan en nuestros zapatos y reflexionen acerca del impacto que tiene su voto en la forma en que la sociedad ve la discapacidad y en los miles de hombres y mujeres ‘inviables’ que ya nacimos”.

Para los casos en que el pronóstico “efectivamente es fatal”, Gabriela propuso “programas de cuidados paliativos perinatales” y apoyo a las familias “antes, durante y después del parto, porque la dignidad humana y el derecho a recibir atención de salud no se mide en estadísticas de sobrevida de horas, días o meses”.

Gabriela comentó que a sus padres “les dijeron que si no moría antes o al poco tiempo de nacer, iba a ser ‘un vegetal’, que no iba a caminar, hablar ni pensar y que el cerebro se me iba a llenar de agua, porque además tenía hidrocefalia”.
“En ningún momento se les mencionó las alternativas: De la posibilidad de instalarme un drenaje para la hidrocefalia, que los pacientes presentan un desarrollo cognitivo normal e incluso poseen una excepcional inteligencia. No se les dijo que existía una federación de padres de niños con la enfermedad”.

“No se les brindó ninguna contención emocional. Mis padres salieron de la consulta en shock. Solo semanas después, con otro médico, pese a confirmar el diagnóstico, se les informó que el escenario real estaba muy lejos del funesto pronóstico inicial, que además movía las piernas y por lo tanto caminaría”.

La joven de 19 años dijo que en 2014 la organización Miles Chile “los grandes lobistas de este proyecto, propuso un proyecto de ley de aborto terapéutico que fue tomado como modelo del actual, con un listado de malformaciones letales, ante las cuales se debería permitir el aborto”.
“La espina bífida no es letal y sin embargo estaba ahí, junto con otras enfermedades tratables, como la osteogénesis imperfecta, onfalocele y síndrome de Turner, entre otras”.

Luego de conocer otros casos, a Gabriela le quedó claro que “en el momento de recibir una noticia así, los padres están tan angustiados que son muy vulnerables a ser mal informados e impulsados a abortar, más aún si caen en manos de un médico con tan poca ética profesional como el que atendió a los míos”.

Después de pasar años de duros cuestionamientos consigo misma y hacia sus padres por su situación, Gabriela comprendió que su enfermedad “no es el aspecto de mi vida que más me ha forjado. Más me han forjado los valores que me inculcaron, el amor con el que me criaron, las cosas que he visto y hecho


Mendigo y apaleado de niño


Mendigo y apaleado de niño, en la dura vida del orfanato, un cura le habló de Dios: todo cambió

Publicado en ReL

Dimitri Conejo es un diseñador gráfico de 27 años cuya vocación es poner sus talentos en manos de la nueva evangelización. Y así como el director del grupo Libres ha puesto en marcha, por ejemplo, proyectos como Cathopic, fotografías católicas en alta calidad. Pero antes de evangelizar tuvo un encuentro muy fuerte con Cristo en una infancia muy dura.

Llegó a España a los diez años, junto a su hermana, procedentes de Rusia tras ser adoptados. Pero su vida hasta esa fecha fue un infierno.

De padres alcohólicos y viviendo en una chabola
En una entrevista en Mater Mundi TV, Dimitri relata su historia y su encuentro con Dios en una infancia en la que sus padres “eran alcohólicos y nos dejaban abandonados para emborracharse”. Para poder comer, con apenas cinco años, pescaba y recogía setas cerca de la chabola en la que vivía.

Posteriormente nació su hermana, a la que desde bebé sus padres también dejaban abandonada, por lo que este niño decidió llevársela al mercado a mendigar con él para conseguir algo de comida.

Maltratado por su padres

Pero no sólo era hambre y abandono lo que sufría Dimitri. “Mis padres me maltrataban, sobre todo mi padre”, cuenta este joven, que recuerda que “una vez llegó borracho a casa” y agarrando a su madre exigió al hijo que la pegara. “Tenía cinco años, me puse a llorar y me fui. Pero él me siguió, me cogió del cuello y me dijo que o la pegaba o me mataba”.
Aún se acuerda de la mirada de su madre que gritando pedía a su hijo que la pegara. Tuvo que hacerlo. “Pude ver la mirada que transmitía, se me quedó grabada”, asegura durante la entrevista.

De mendigar al orfanato

Su vida dio un giro el día en que una profesora le vio mendigando en el mercado con su hermana. “Al día siguiente fui a clase, me llevó al despacho del director y me dijeron si quería ir a un orfanato y dije que sí porque así podría comer todos los días”.
El día a día en el orfanato no era como imaginaba. Las palizas continuaban, ahora por parte de los mayores, así como las constantes humillaciones de las cuidadoras, que intentaban robar toda esperanza a los niños diciéndoles que no eran nadie y que no eran queridos.
El día que un pope le habló de Dios

Pero un día ocurrió algo que empezó a cambiar su vida, su conversión a los ocho años. Fue la visita de un pope, sacerdote ortodoxo, al orfanato para hablar de “un Dios padre que os quiere”. Esa frase le llamó la atención y decidió ir. Sólo tres niños fueron.

El religioso, cuenta Dimitri, empezó a hablar del amor de Dios y de cómo les cuidaba y sufría con ellos, algo incomprensible para un niño que sólo había sufrido palizas, odio y hambre. “Si tu Dios existe, de nosotros se ha olvidado”, le dijo este niño de tan sólo siete años.

Tras la charla, el pope habló con él y le regaló unas velas, un librito azul, cuatro iconos bizantinos con la figura de distintos santos, y que Dimitri aún conserva. Le dijo que rezara cada noche a Dios y que le pidiera lo que quisiera.

Hizo caso al sacerdote y cada noche en el baño, para que nadie le viera, encendía las velas y rezaba ante los iconos. Le decía siempre que si existía de verdad que le sacara de ahí. Así estuvo meses hasta que a los ocho años, justo el día de su cumpleaños “empecé a creer”. Y pudo sonreír y ver la vida de otro modo pese a que su día a día seguía siendo el mismo, con palizas y desprecios diarios.

"Vais a ser adoptados"

Tras esto, detectaron a Dimitri una enfermedad pulmonar y fue enviado a Ucrania. Era la primera vez que le separaban de su hermana. Meses después apareció un responsable del orfanato ruso del que procedía. “Vengo a por ti, porque vais a ser adoptados”, le dijo ese hombre.

“Me derrumbé y las lágrimas no eran de tristeza sino que Dios estaba realmente ahí. Volví enamoradísimo de Dios”, recuerda este joven.
Y así fue como tras solucionar todos los trámites burocráticos y pasados unos meses llegó a España junto a su hermana. “Pasé de no tener nada a tenerlo todo en 24 horas. Una persona valía lo que tenía, decía el mundo al que llegué”, cuenta Dimitri, que sólo después se dio cuenta de que este pensamiento le acabaría haciendo mucho daño.

A los 19 años se escapó de casa

Se fue alejando de ese Dios que le acompañó en los momentos duros de su infancia y a los 19 años se escapó de casa aunque se encontró con una familia que le amaba, que era católica y también muy firme. Sus padres le dijeron que no cederían y que no podía hacer lo que quisiera. Esa actitud le ayudó luego a volver a casa. “Cristo estaba en nuestra familia, siempre he admirado esa unión tan potente de mis padres”.

A continuación, Dimitri ingresó en el Ejército, en la unidad de zapadores. Estuvo dos años pero ahí tocó fondo. Explica que “me separé de mi familia y creía que esto era la libertad, hacer lo que quería pero era un esclavo del mundo”.

La "llamada" de Dios

Y un viernes por la tarde-noche todos sus compañeros se fueron del cuartel menos él. “Me quedé solo y empecé a llorar”, cuenta. Entonces cogió una navaja y se la puso en su muñeca con la intención de suicidarse. Justo en ese momento sonó el teléfono. Dimitri lo percibió como un signo. Lo cogió. Era una amiga que le invitaba a los Cursillos de Cristiandad. Y ahí empezó una nueva vida para Dimitri. Pasó de la muerte a la vida y a dedicar su vida a evangelizar con el talento que Dios le ha dado.

Las personas alegres curan



Las personas alegres curan

La alegría es, ante todo, fomento de salud.


Maisara se convirtió de musulmana a católica



Así se convirtió Maisara, de musulmana criada en Arabia Saudí
a católica de misa diaria y catequista

 De Javier Lozano en ReL


Maisara es una joven española de 35 años,  madre de dos hijos, devota católica y catequista de niños en una parroquia del sur de la ciudad de Madrid. Pero ella no fue criada en el catolicismo sino que nació musulmana y pasó buena parte de su infancia en Arabia Saudí, donde aprendió el Corán y en el colegio recibía clases de una de las corrientes más rigoristas del islam.

Una infancia en Arabia Saudí
Maisara es hija de un musulmán egipcio y de madre española, que además era testigo de Jehová. Con cuatro años su familia dejó España para ir primero a Egipto y luego a Arabia Saudí, donde pasó la mayor parte de su niñez. Su madre acabó también abrazando el islam, la fe en la que esta joven fue educada junto a sus dos hermanos.

“En Egipto no llegué a ir al colegio pero en Arabia Saudí tenía tres asignaturas de Islam. En un país como éste no existía la posibilidad de ser agnóstico. Todo es religión”, recordaba esta mujer.

"En esta casa somos musulmanes"
A los 10 años volvió a España y se produjo un choque cultural y de costumbres, pues “en un mundo en el que no había Dios para nada, en mi casa estaba Dios para todo. Mi padre siempre decía: ‘en mi casa somos musulmanes’”. Y así pasaron los años hasta que llegó a la universidad, donde estudiando Filología Árabe, se separó de la fe y llegó incluso a no creer, aunque tenía un importante poso en ella de todas las enseñanzas del islam.

Todo comenzó el día que conoció al que hoy es su marido
El momento crítico se produjo cuando tenía 19 años. “Conocí al que ahora es mi marido y empezamos a salir. Él llevaba un gimnasio y nos conocimos ahí sin que mi padre lo supiera. A mi padre los años en Arabia le marcaron una tendencia a la hora de educar a sus hijos y no me dejaba tener amigos”, explica esta madre.

El tiempo pasó y su padre seguía sin saber nada hasta que Maisara y su novio se plantearon dar un paso más.  “Mi marido no era católico practicante, no iba a misa ni estaba confirmado”, recuerda ella. Sin embargo, él lo tenía muy claro: no se iría a vivir con ella si antes no se casaban.

"O te haces musulmán o no te casas con mi hija"
“Le dije que mi padre querría que se hiciera musulmán pero él decía que era católico” y ella aunque en ese momento estaba alejada de la fe veía que si creía en algo era en el islam. Su novio se mantuvo firme y dijo que se casaría por la Iglesia pero el padre de Maisara, cuenta ella, “exigió que mi marido se convirtiera al islam”.

La situación era límite, “mi marido se plantó: ‘o por la Iglesia o no nos casamos’. Y mi padre se plantó: ‘o te haces musulmán o no te casas con mi hija’. Y yo entre la espada y la pared. Fue muy difícil y además las familias estaban divididas”.

Al final se casó por la Iglesia pero seguía siendo musulmana
Finalmente, Maisara y su novio ganaron el pulso y se casaron por la Iglesia en un matrimonio denominado "dispar" pues ella seguía siendo musulmana. Tras pedir permiso al obispo, ella se comprometió a educar a los hijos en la fe católica y hubo boda e incluso su padre acudió para ser el padrino.

Precisamente no fue su boda por la Iglesia donde se convirtió sino que fue a partir de ese momento cuando descubrió a Cristo. “Al quedarme embarazada mi marido empezó a ir a misa todas las mañanas  y cuando yo cogí la baja le acompañé y todavía recuerdo ver a la gente rezar en la capillita del Santísimo. Además de que se siente algo, que el silencio te llena, empecé a sentir mucha envidia. Yo quería tener a alguien a quien rezar así, saber rezar y tener esa confianza. Cuando veía que la gente se arrodillaba y pedía yo quería eso para mí, para mi vida. Pensaba en qué suerte tenían los cristianos aunque no creía que esto fuera para mí”, cuenta esta joven.

Las preguntas que le iban llevando al catolicismo
Aunque resulte llamativo fue el tipo de educación islámica que recibió la que le acercó a la Iglesia. Ella se había comprometido a educar a sus hijos en el catolicismo al casarse y si lo había firmado tenía que cumplirlo. Maisara relata que en ese momento “no paraba de preguntarme, ¿cómo voy a educar a mis hijos en algo que no conozco, en algo que no conozco ahora? Yo sabía lo que era tener a Dios en mi vida porque en Arabia lo había vivido".

Entre esas dudas nació su hijo mientras era “consciente de la falta de Dios en mi vida”. Habló con su marido y éste explicó su situación a los sacerdotes de la parroquia a la que acudía cada día, y que invitaron a su mujer a que acudiera a las charlas de adultos a los que les falta algún sacramento.

El "impacto" de ver la imagen de la Divina Misericordia
Se presentó en el templo y allí vio algo que la “impactó” y la marcó para siempre. Se trataba de una imagen de la Divina Misericordia que decía: “Jesús está vivo, te ama, te busca y te llama”. 

Además, en esas catequesis el sacerdote le regaló el Nuevo Testamento. “Ese mismo verano me lo leí entero sin parar. Era una necesidad inmensa de saber, de conocer que era lo que llamaba tanto la atención a  los cristianos, lo que les hacía ir a la iglesia, por qué se arrodillaban de esta manera”. Y así empezó a ir varios días por semana a misa y a escuchar las homilías en la que pensaba, “todo esto lo dicen por mí”.

El momento del gran encuentro había llegado
En ese momento de su vida, cuenta Maisara, “yo ya era consciente de que Cristo nos había salvado, que se había puesto en nuestro lugar para salvarnos de la muerte y era consciente del castigo que recibió Cristo por mí. No podía evitar ver un paralelismo entre esa historia y la de Cristo conmigo”.

Ahí se produjo su conversión, justamente en ese momento. “Me dio un vuelco el corazón y una voz que me decía: ‘Y ahora que lo sabes, ¿qué vas a hacer?’. Se me paró el mundo, veía a Cristo en la cruz extendiéndome la mano haciéndome esta pregunta. Y en una décima de segundo pensé que no podía dejarle con la mano extendida. ‘Me acojo a tu mano y te seguiré’, le contesté”.

El día que decidió dar el paso
Ese día decidió que tenía que bautizarse. Aun así el camino no era fácil para ella pues seguía teniendo costumbres del islam que tenía que ir dejando atrás. Explica que “aunque quería bautizarme no conseguía santiguarme pues no me sentía digna”. Y además tenía que decírselo a su familia.

Necesitaba fuerzas para decírselo a su madre puesto que su padre estaba en Libia. Y al final lo hizo. “Me acaba de caer un jarro de agua fría, podrías haber buscado a Dios en cualquier otro sitio pero en la Iglesia Católica… eso es retroceder”, le contestó su madre.

Ya podía santiguarse y arrodillarse, ahora tocaba bautizarse
A pesar de su respuesta, Maisara estaba feliz por habérselo dicho y se fue corriendo a la parroquia. Allí se arrodilló para rezar por primera vez en una iglesia para dar gracias a Dios. Todavía no conseguía santiguarse y estando en la capilla volvió a ver la imagen de Cristo crucificado que le preguntaba esta vez: “¿por qué no?”. Se levantó, se santiguó por primera vez en su vida y rompió a llorar.

Se bautizó en junio de 2010 y como invitación envió a sus familiares una carta en la que le explicaba los motivos que le habían llevado a ser católica. Recibió el bautismo pero también la Confirmación y la Comunión. Y ella cuenta también que “el sacramento del matrimonio se hizo efectivo en ese momento” pues se casó siendo musulmana.

Una fe viva y renovada cada día
“Mi primera comunión estuvo bañada en lágrimas. Sentí una fuerza tremenda”, asegura Maisara, que pidió al Señor ese día que nunca le soltara de aquella mano que le había extendido.

Ahora ya acude con su marido y sus dos hijos a la Iglesia, es catequista de niños y sigue alimentando su fe a través de los Cursos Alpha. Su hambre de Dios continúa y la misa diaria se ha convertido en una necesidad. Y como regalo ha recibido a la Virgen María, a la que conocía por el islam, pero ahora con mucha más fuerza, como intercesora y como Madre.

3. Inicios de la América católica y protestante


3. Inicios de la América católica y protestante

La reina Isabel destituyó Colón, por sus abusos,  que fue  regresado preso a España

Publicamos tres artículos del escritor italiano Vittorio Messori que tiene la habilidad de divulgar, de hacer asequible a todos los públicos, temas que son muy complejos.

«Las presiones de los judíos a través de los medios de comunicación y las protestas de los católicos empeñados en el diálogo con el judaísmo han tenido éxito. La causa de la beatificación de Isabel la Católica, reina de Castilla, recibió en estos días un imprevisto frenazo […]. La preocupación por no provocar las reacciones de los israelíes, irritados por la beatificación de la judía conversa Edit Stein y por la presencia de un monasterio en Auschwitz, favoreció el que se hiciera una “pausa para reflexionar” sobre la conveniencia de continuar con la causa de la Sierva de Dios, título al que ya tiene derecho Isabel I de Castilla.»

Así dice un artículo publicado en Il Nostro Tempo, Orazio Petrosillo, informador religioso de Il Messaggero. Petrosillo recuerda que el frenazo del Vaticano llegó a pesar del dictamen positivo de los historiadores, basado en un trabajo de veinte años contenido en veintisiete volúmenes.

«En estas cantidades ingentes de material —dice el postulador de la causa, Anastasio Gutiérrez— no se encontró un solo acto o manifestación de la reina, ya fuera público o privado, que pueda considerarse contrario a la santidad cristiana.» El padre Gutiérrez no duda en tachar de «cobardes a los eclesiásticos que, atemorizados por las polémicas, renuncian a reconocer la santidad de la reina». Sin embargo, Petrosillo concluye diciendo, «se tiene la impresión de que la causa difícilmente llegue a puerto».

Se trata de una noticia poco reconfortante. Sin embargo, no es la primera vez que ocurre; ciñéndonos a España, recordemos que Pablo VI bloqueó la beatificación de los mártires de la guerra civil, por lo que podemos comprobar que, una vez más, se consideró que las razones de la convivencia pacífica contrastaban con las de la verdad, que en este caso es atacada con una virulencia rayana en la difamación, no sólo por parte de los judíos (a los que en la época de Isabel les fue revocado el derecho a residir en el país), sino también por parte de los musulmanes (expulsados de Granada, su última posesión en tierras españolas), y por todos los protestantes y los anticatólicos en general, que desde siempre montan en cólera cuando se habla de aquella vieja España cuyos soberanos tenían derecho al título oficial de Reyes Católicos. Título que se tomaron tan en serio que una polémica secular identificó hispanismo y catolicismo, Toledo y Madrid con Roma.

El camino a los altares le está vedado a Isabel también por quienes terminaron por aceptar sin críticas la leyenda negra de la que hemos hablado y de la que seguiremos ocupándonos, y que abundan incluso entre las filas católicas.

No se le perdona a la soberana y a su consorte, Fernando de Aragón, el haber iniciado el patronato, negociado con el Papa, con el que se comprometían a la evangelización de las tierras descubiertas por Cristóbal Colón, cuya expedición habían financiado. En una palabra, serían los dos Reyes Católicos los iniciadores del genocidio de los indios, llevado a cabo con la cruz en una mano y la espada en la otra. Y los que se salvaron de la matanza habrían sido sometidos a la esclavitud. Sin embargo, sobre este aspecto, la historia verdadera ofrece otra versión que difiere de la leyenda.

Veamos, por ejemplo, lo que dice Jean Dumont: «La esclavitud de los indios existió, pero por iniciativa personal de Colón, cuando tuvo los poderes efectivos de virrey de las tierras descubiertas; por lo tanto, esto fue así sólo en los primeros asentamientos que tuvieron lugar en las Antillas antes de 1500. Isabel la Católica reaccionó contra esta esclavitud de los indígenas (en 1496 Colón había enviado muchos a España) mandando liberar, desde 1478, a los esclavos de los colonos en las Canarias. Mandó que se devolviera a las Antillas a los indios y ordenó a su enviado especial, Francisco de Bobadilla, que los liberara, y éste a su vez, destituyó a Colón y lo devolvió a España en calidad de prisionero por sus abusos.

A partir de entonces la política adoptada fue bien clara: los indios son hombres libres, sometidos como los demás a la Corona y deben ser respetados como tales, en sus bienes y en sus personas.» Quienes consideren este cuadro como demasiado idílico, les convendría leer el codicilo que Isabel añadió a su testamento tres días antes de morir, en noviembre de 1504, y que dice así: «Concedidas que nos fueron por la Santa Sede Apostólica las islas y la tierra firme del mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue la de tratar de inducir a sus pueblos que abrazaran nuestra santa fe católica y enviar a aquellas tierras religiosos y otras personas doctas y temerosas de Dios para instruir a los habitantes en la fe y dotarlos de buenas costumbres poniendo en ello el celo debido; por ello suplico al Rey, mi señor, muy afectuosamente, y recomiendo y ordeno a mi hija la princesa y a su marido, el príncipe, que así lo hagan y cumplan y que éste sea su fin principal y que en él empleen mucha diligencia y que no consientan que los nativos y los habitantes de dichas tierras conquistadas y por conquistar sufran daño alguno en sus personas o bienes, sino que hagan lo necesario para que sean tratados con justicia y humanidad y que si sufrieren algún daño, lo repararen.»

Se trata de un documento extraordinario que no tiene igual en la historia colonial de ningún país. Sin embargo, no existe ninguna historia tan difamada como la que se inicia con Isabel la Católica.

El Vaticano publica un documento sobre la ideología de género,



El Vaticano publica un documento sobre la ideología de género, 

una «verdadera emergencia educativa»




2. Inicios de la América católica y protestante


2. Inicios de la América católica y protestante

Leyenda negra de la conquista de América

El choque microbiano y viral que en pocos años causó la muerte de la mitad de la población autóctona de Iberoamérica

Publicamos tres artículos del escritor italiano Vittorio Messori que tiene la habilidad de divulgar, de hacer asequible a todos los públicos,  temas que son muy complejos.

La cuestión de las distintas colonizaciones de las Américas (la ibérica y la anglosajona) es tan amplia, y son tantos los prejuicios acumulados, que sólo podemos ofrecer algunas observaciones.
Volvamos a la población indígena, tal como señalamos prácticamente desaparecida en los Estados Unidos de hoy, donde están registradas como «miembros de tribus indias» aproximadamente un millón y medio de personas. En realidad, esta cifra, de por sí exigua, se reduciría aún más si consideramos que para aspirar al citado registro basta con tener una cuarta parte de sangre india.
En el sur la situación es exactamente la contraria; en la zona mexicana, en la andina y en muchos territorios brasileños, casi el noventa por ciento de la población o bien desciende directamente de los antiguos habitantes o es fruto de la mezcla entre los indígenas y los nuevos pobladores. Es más, mientras que la cultura de Estados Unidos no debe a la india más que alguna palabra, ya que se desarrolló a partir de sus orígenes europeos sin que se produjese prácticamente ningún intercambio con la población autóctona, no ocurre lo mismo en la América hispanoportuguesa, donde la mezcla no sólo fue demográfica sino que dio origen a una cultura y una sociedad nuevas, de características inconfundibles.
Sin duda, esto se debe al distinto grado de desarrollo de los pueblos que tanto los anglosajones como los ibéricos encontraron en aquellos continentes, pero también se debe a un planteamiento religioso distinto.
A diferencia de los católicos españoles y portugueses, que no dudaban en casarse con las indias, en las que veían seres humanos iguales a ellos, a los protestantes (siguiendo la lógica de la que ya hemos hablado y que tiende a hacer retroceder hacia el Antiguo Testamento al cristianismo reformado) los animaba una especie de «racismo» o al menos, el sentido de superioridad, de «estirpe elegida», que había marcado a Israel. Esto, sumado a la teología de la predestinación (el indio es subdesarrollado porque está predestinado a la condenación, el blanco es desarrollado como signo de elección divina) hacía que la mezcla étnica e incluso la cultural fueran consideradas como una violación del plan providencial divino.
Así ocurrió no sólo en América y con los ingleses, sino en todas las demás zonas del mundo a las que llegaron los europeos de tradición protestante: el apartheid sudafricano, por citar el ejemplo más clamoroso, es una creación típica y teológicamente coherente del calvinismo holandés.
Sorprende, por lo tanto, esa especie de masoquismo que hace poco impulsó a la Conferencia de obispos católicos sudafricanos a sumarse, sin mayores distinciones ni precisiones, a la «Declaración de arrepentimiento» de los cristianos blancos hacia los negros de aquel país. Sorprende porque aunque por parte de los católicos pudo haber algún comportamiento condenable, dicho comportamiento, al contrario de lo ocurrido en el caso protestante, iba en contra de la teoría y la práctica católicas. Pero da igual, hoy por hoy, parece ser que existen no pocos clericales dispuestos a endilgarle a su Iglesia culpas que no tiene.
Las formas de conquista de las Américas se originan precisamente en las distintas teologías: los españoles no consideraron a los pobladores de sus territorios como una especie de basura que había que eliminar para poder instalarse en ellos como dueños y señores. Se reflexiona poco sobre el hecho de que España (a diferencia de Gran Bretaña) no organizó nunca su imperio americano en colonias, sino en provincias. Y que el rey de España no se ciñó nunca la corona de emperador de las Indias, a diferencia de cuanto hará, incluso a principios del siglo XX, la monarquía inglesa.
Desde el comienzo, y más tarde, con implacable constancia, durante toda la historia posterior, los colonos protestantes se consideraron con el derecho, fundado en la misma Biblia, de poseer sin problemas ni limitaciones toda la tierra que lograran ocupar echando o exterminando a sus habitantes. Estos últimos, como no formaban parte del «nuevo Israel» y como llevaban la marca de una predestinación negativa, quedaron sometidos al dominio total de los nuevos amos.
El régimen de suelos instaurado en las distintas zonas americanas confirma esta diferencia de las perspectivas y explica los distintos resultados: en el sur se recurrió al sistema de la encomienda, figura jurídica de inspiración feudal, por la cual el soberano concedía a un particular un territorio con su población incluida, cuyos derechos eran tutelados por la Corona, que seguía siendo la verdadera propietaria. No ocurrió lo mismo en el norte, donde primero los ingleses y después el gobierno federal de Estados Unidos se declararon propietarios absolutos de los territorios ocupados y por ocupar; toda la tierra era cedida a quien lo deseara al precio que se fijó posteriormente en una media de un dólar por acre. En cuanto a los indios que podían habitar esas tierras, correspondía a los colonos alejarlos o, mejor aún, exterminarlos, con la ayuda del ejército, si era preciso.
El término «exterminio» no es exagerado y respeta la realidad concreta. Por ejemplo, muchos ignoran que la práctica de arrancar el cuero cabelludo era conocida tanto por los indios del norte como por los del sur.
Pero entre estos últimos desapareció pronto, prohibida por los españoles.
No ocurrió lo mismo en el norte. Por citar un ejemplo, la entrada correspondiente en una enciclopedia nada sospechosa como la Larousse dice: «La práctica de arrancar el cuero cabelludo se difundió en el territorio de lo que hoy es Estados Unidos a partir del siglo XVII, cuando los colonos blancos comenzaron a ofrecer fuertes recompensas a quien presentara el cuero cabelludo de un indio fuera hombre, mujer o niño.”
En 1703 el gobierno de Massachusetts pagaba doce libras esterlinas por cuero cabelludo, cantidad tan atrayente que la caza de indios, organizada con caballos y jaurías de perros, no tardó en convertirse en una especie de deporte nacional muy rentable. El dicho «el mejor indio es el indio muerto», puesto en práctica en Estados Unidos, nace no sólo del hecho de que todo indio eliminado constituía una molestia menos para los nuevos propietarios, sino también del hecho de que las autoridades pagaban bien por su cuero cabelludo. Se trataba pues de una práctica que en la América católica no sólo era desconocida sino que, de haber tratado alguien de introducirla de forma abusiva, habría provocado no sólo la indignación de los religiosos, siempre presentes al lado de los colonizadores, sino también las severas penas establecidas por los reyes para tutelar el derecho a la vida de los indios.
Sin embargo, se dice que millones de indios murieron también en América Central y del Sur. Murieron, qué duda cabe, pero no como para estar al borde de la desaparición como en el norte. Su exterminio no se debió exclusivamente a las espadas de acero de Toledo y a las armas de fuego (que, como ya vimos, casi siempre fallaban), sino a los invisibles y letales virus procedentes del Viejo Mundo.
El choque microbiano y viral que en pocos años causó la muerte de la mitad de la población autóctona de Iberoamérica fue estudiado por el grupo de Berkeley, formado por expertos de esa universidad. El fenómeno es comparable a la peste negra que, procedente de India y China, asoló Europa en el siglo XIV. Las enfermedades que los europeos llevaron a América como la tuberculosis, la pulmonía, la gripe, el sarampión o la viruela eran desconocidas en el nicho ecológico aislado de los indios, por lo tanto, éstos carecían de las defensas inmunológicas para hacerles frente.
Pero resulta evidente que no se puede responsabilizar de ello a los europeos, víctimas de las enfermedades tropicales a las que los indios resistían mejor. Es de justicia recordar aquí, cosa que se hace con poca frecuencia, que la expansión del hombre blanco fuera de Europa asumió a menudo el aspecto trágico de una hecatombe, con una mortalidad que, en el caso de ciertos barcos, ciertos climas y ciertos autóctonos, alcanzó cifras impresionantes.
Al desconocer los mecanismos del contagio (faltaba mucho aún para Pasteur) hubo hombres como Bartolomé de las Casas —figura controvertida que habrá que analizar prescindiendo de esquemas simplificadores— que fueron víctimas del equívoco: al ver que aquellos pueblos disminuían drásticamente, sospecharon de las armas de sus compatriotas, cuando en realidad no eran las armas las asesinas, sino los virus. Se trata de un fenómeno de contagio mortífero observado más recientemente entre las tribus que permanecieron aisladas en la Guayana francesa y en la región del Amazonas, en Brasil.

La costumbre española de decir ¡Jesús!, a manera de augurio a quien estornuda, nace del hecho de que un simple resfriado (del cual el estornudo es síntoma) solía ser mortal para los indígenas que lo desconocían y para el que carecían de defensas biológicas.

Distinguir entre equidad de género y ¨cultura de género¨





Diálogo de sordos

Distinguir entre equidad de género y ¨cultura de género¨

Publicado en Diario Libre, 8-6-2019

Me sorprende mucho seguir en los medios la polémica entra la declaración reciente de los Obispos y la ADP acerca de la orden departamental 33-19 del ministerio de Educación (Minerd).

Es cuestión de tener clara la terminología. Ni los Obispos ni ninguna institución pueden estar en contra de la necesaria promoción de la igualdad de derechos de mujeres y hombres. En este país, como en muchos otros, se han conseguido grandes avances en esa equidad de género pero, por desgracia, como bien resalta la ADP, queda mucho pendiente por hacer y es importante y necesaria la educación de niños, jóvenes y adultos en esa dirección. Por desgracia, el machismo forma parte, todavía, de la cultura social.

Cosa bien distinta es la llamado ¨cultura de género¨ que pretende, sin fundamento biológico, ni antropológico, establecer que las personas no nacen con un sexo definido, sino que son el entorno social y sus propias decisiones quienes definen el sexo de cada persona. Las consecuencias de esta llamada ¨cultura de género¨ son devastadoras para los niños y adolescentes en etapa de maduración, para el entendimiento del matrimonio como de personas de sexo diferente y para el concepto de familia.

Claro que en la enseñanza de los niños se debe explicar claramente la igualdad, equidad, de género: hombres y mujeres tienen los mismos derechos. Pero no se puede enseñar que las personas nacen con género indefinido, tal como pretende la ¨cultura de género¨.

Cosa distinta sería si el Minerd pretendiera difundir la ¨cultura de género¨ de forma oculta y solapada, bajo la apariencia de equidad de género.

Los padres y madres agradecemos la buena voluntad de Obispos y profesores en cuidar la educación de los hijos  pero somos nosotros, los padres,  quienes decidimos los contenidos de esa orden ministerial y quienes controlamos su ejecución.


Háblales de sexo a tus hijos o lo harán otros y les manipularán




Háblales de sexo a tus hijos o lo harán otros y les manipularán


Es el consejo de un psicopedagogo

1. Los inicios de la América católica y la protestante.




1.  Los inicios de la América católica y la protestante.
La Leyenda negra de la conquista de América.

Publicamos tres artículos del escritor italiano Vittorio Messori que tiene la habilidad de divulgar, de hacer asequible a todos los públicos, temas que son muy complejos.
Se trata de la llamada “Leyenda negra” acerca del papel desempeñado por España en la conquista de América. Leyenda creada por el pensamiento protestante del norte y  la enemistad judía hacia España; a lo que se añade el “complejo” de culpabilidad de algunos católicos.

Bailando con lobos, la película norteamericana que se pone del lado de los indios, ganó siete Oscars.
Hacia mediados de los años sesenta el western se dispuso a experimentar un cambio; las primeras dudas acerca de la bondad de la causa de los pioneros anglosajones provocaron una crisis del esquema «blanco bueno-piel roja malo». Desde entonces, esa crisis fue en aumento hasta conseguir la inversión del esquema: ahora, las nuevas categorías insisten en ver siempre en el indio al héroe puro y en el pionero al brutal invasor.
Como es lógico, existe el peligro de que la nueva situación se convierta en una especie de nuevo conformismo del hombre occidental PC, politically correct, como se denomina a quien respeta los cánones y tabúes de la mentalidad corriente.
Mientras que antes se producía la excomunión social de todo aquel que no viera un mártir de la civilización y un campeón del patriotismo «blanco» en el coronel George A. Custer, ahora merecería la misma excomunión todo aquel que hablara mal de Toro Sentado y de los sioux, que aquella mañana del 25 de junio de 1876, en Little Big Horn, acabaron con la vida de Custer y con todo el Séptimo de Caballería.
A pesar del riesgo de que aparezcan nuevos eslóganes conformistas, es imposible no acoger con satisfacción el hecho de que se descubran los pasteles de la «otra» América, la protestante, que dio (y da) tantas desdeñosas lecciones de moral a la América católica. Desde el siglo XVI las potencias nórdicas reformadas —Gran Bretaña y Holanda in primis— iniciaron en sus dominios de ultramar una guerra psicológica al inventarse la «leyenda negra» de la barbarie y la opresión practicadas por España, con la que estaban enzarzadas en la lucha por el predominio marítimo.
Leyenda negra que, como ocurre puntualmente con todo lo que no está de moda en el mundo laico, es descubierta ahora con avidez por curas, frailes y católicos adultos en general, quienes, al protestar con tonos virulentos en contra de las celebraciones por el Quinto Centenario del descubrimiento ignoran que, con algunos siglos de retraso, se erigen en seguidores de una afortunada campaña de los servicios de propaganda británicos y holandeses.
Pierre Chaunu, historiador de hoy, fuera de toda duda por ser calvinista, escribió: «La leyenda antihispánica en su versión norteamericana (la europea hace hincapié sobre todo en la Inquisición) ha desempeñado el saludable papel de válvula de escape. La pretendida matanza de los indios por parte de los españoles en el siglo XVI encubrió la matanza norteamericana de la frontera Oeste, que tuvo lugar en el siglo XIX. La América protestante logró librarse de este modo de su crimen lanzándolo de nuevo sobre la América católica.»
Entendámonos, antes de ocuparnos de semejantes temas sería preciso que nos librásemos de ciertos moralismos actuales que son irreales y que se niegan a reconocer que la historia es una señora inquietante, a menudo terrible. Desde una perspectiva realista que debería volver a imponerse, habría que condenar sin duda los errores y las atrocidades (vengan de donde vengan) pero sin maldecir como si se hubiera tratado de una cosa monstruosa el hecho en sí de la llegada de los europeos a las Américas y de su asentamiento en aquellas tierras para organizar un nuevo hábitat.
En historia resulta impracticable la edificante exhortación de «que cada uno se quede en su tierra sin invadir la ajena». No es practicable no sólo porque de ese modo se negaría todo dinamismo a las vicisitudes humanas, sino porque toda civilización es fruto de una mezcla que nunca fue pacífica. 
Sin ánimo de incordiar a la Historia Sagrada misma (la tierra que Dios prometió a los judíos no les pertenecía, sino que se la arrancaron a la fuerza a sus anteriores habitantes), las almas bondadosas que reniegan de los malvados usurpadores de las Américas olvidan, entre otras cosas, que a su llegada, aquellos europeos se encontraron a su vez con otros usurpadores. El imperio de los aztecas y el de los incas se había creado con violencia y se mantenía gracias a la sanguinaria opresión de los pueblos invasores que habían sometido a los nativos a la esclavitud.
A menudo se finge ignorar que las increíbles victorias de un puñado de españoles contra miles de guerreros no estuvieron determinadas ni por los arcabuces ni por los escasísimos cañones (que con frecuencia resultaban inútiles en aquellos climas porque la humedad neutralizaba la pólvora) ni por los caballos (que en la selva no podían ser lanzados a la carga).
Aquellos triunfos se debieron sobre todo al apoyo de los indígenas oprimidos por los incas y los aztecas. Por lo tanto, más que como usurpadores, los ibéricos fueron saludados en muchos lugares como liberadores. Y esperemos ahora a que los historiadores iluminados nos expliquen cómo es posible que en más de tres siglos de dominio hispánico no se produjesen revueltas contra los nuevos dominadores, a pesar de su número reducido y a pesar de que por este hecho estaban expuestos al peligro de ser eliminados de la faz del nuevo continente al mínimo movimiento. 
La imagen de la invasión de América del Sur desaparece de inmediato en contacto con las cifras: en los cincuenta años que van de 1509 a 1559, es decir, en el período de la conquista desde Florida al estrecho de Magallanes, los españoles que llegaron a las Indias Occidentales fueron poco más de quinientos (¡sí, sí, quinientos!) por año. En total, 27.787 personas en ese medio siglo.
Volviendo a la mezcla de pueblos con los que es preciso hacer las cuentas de un modo realista, no debemos olvidar, por ejemplo, que los colonizadores de América del Norte provenían de una isla que a nosotros nos resulta natural definir como anglosajona. En realidad, era de los britanos, sometidos primero por los romanos y luego por los bárbaros germanos —precisamente los anglos y los sajones— que exterminaron a buena parte de los indígenas y a la otra la hicieron huir hacia las costas de Galia donde, después de expulsar a su vez a los habitantes originarios, crearon la que se denominó Bretaña. Por lo demás, ninguna de las grandes civilizaciones (ni la egipcia, ni la romana, ni la griega, sin olvidar nunca la judía) se creó sin las correspondientes invasiones y las consiguientes expulsiones de los primeros habitantes.
Por lo tanto, al juzgar la conquista europea de las Américas será preciso que nos cuidemos de la utopía moralista a la que le gustaría una historia llena de reverencias, de buenas maneras, y de «faltaba más, usted primero».
Aclarado este punto, es preciso que digamos también que hay conquistas y conquistas (y en películas como la muy premiada Bailando con lobos se empieza a entender) y que la católica fue ampliamente preferible a la protestante.
Como escribió Jean Dumont, otro historiador contemporáneo: «Si, por desgracia, España (y Portugal) se hubiera pasado a la Reforma, se hubiera vuelto puritana y hubiera aplicado los mismos principios que América del Norte (“lo dice la Biblia, el indio es un ser inferior, un hijo de Satanás”), un inmenso genocidio habría eliminado de América del Sur a todos los pueblos indígenas. Hoy en día, al visitar las pocas “reservas” de México a Tierra del Fuego, los turistas harían fotos a los supervivientes, testigos de la matanza racial, llevada a cabo además sobre la base de motivaciones “bíblicas”.”
Efectivamente, las cifras cantan: mientras que los pieles rojas que sobreviven en América del Norte son unos cuantos miles, en la América ex española y ex portuguesa, la mayoría de la población o bien es de origen indio o es fruto de la mezcla de precolombinos con europeos y (sobre todo en Brasil) con africanos.


Se bautiza a los 71 años


Se bautiza a los 71 años porque dice que quiere ir «al sitio correcto con la gente correcta»

Robert Brode tiene 71 años y ha visto muchas cosas en su vida. Las ha visto en 10 años en el ejército de Estados Unidos y en otros 28 como policía en California. También ha vivido experiencias duras en su casa. Murió su primera esposa, también su hija, y él mismo ha sufrido 10 ataques al corazón. Sabe que la vida no es para siempre. 

En la pasada Vigilia Pascual, en la parroquia de Our Lady of Perpetual Help (
www.olphscv.org) en Santa Clarita, California, fue bautizado, después de muchos años de explorar diversos sistemas de creencias.

"Dios es bueno conmigo", declaró 
en Angelusnews.com, pese a los momentos duros de su vida. "Creo en Dios y creo que no te da más que lo que puedes manejar, Él tiene en mente lo mejor para ti, sólo has de confiar en Él", dice este veterano policía. 

De su vida, sólo lamenta "no haberme hecho católico antes".

Una misa abrumadora en latín, en su juventud
De joven, antes del Vaticano II, acompañó a una novia que tenía en esos días a misa en latín, y quedó impresionado: "Era bastante abrumador", recuerda. 

Pero nunca llegó a hacerse católico ni cristiano de ningún tipo. Su primera esposa era católica, pero entonces él no estaba muy interesado en las cosas espirituales. Después de enviudar, volvió a casarse, hace 25 años. Su esposa actual se asombró cuando supo que Robert se quería bautizar, porque ella pensaba que él era algún tipo de católico no practicante, ya que sabía algunas cosas de doctrina y tradiciones. 

Robert Brode explica que a partir de cierto momento empezó una búsqueda espiritual. "Buscaba algo que me llevase al sitio correcto con la gente correcta", explica. 

Brode, que actualmente es profesor en un instituto en Santa Clarita, dedicó mucho tiempo en los últimos años a explorar distintas religiones y doctrinas y al final decidió que la propuesta católica es convincente. Por un lado, las enseñanzas de Cristo han impactado para bien en el mundo y en su propia vida. Por otro lado, la Iglesia Católica puede documentar que es la fundada por Cristo y que ha conservado su doctrina. 

La sensación de llegar a casa

Cuando decidió apuntarse al curso de iniciación cristiana para adultos de su parroquia sintió que era como un retorno al hogar. "No puedo explicar cómo me sentía, como en casa, era como si Dios me dijera, asintiendo con la cabeza, 'sí, perteneces aquí'. Eso sentí: como volver a casa". 

En las clases sólo la doctrina de la transustanciación le costó algo de asimilar. Todas las otras enseñanzas de fe le parecían mucho más fáciles. Como santo patrón escogió a San Miguel Arcángel, patrón de los militares

Como cristiano él ya nota diferencias en su vida. "Ahora estoy más dispuesto a aceptar a la gente tal como es, juzgo menos", dice. "La religión te da una brújula moral, lo pone todo en perspectiva".