Una historiadora responde,
desde el feminismo,
a los grandes tópicos sobre una Iglesia «anti-mujer»
" Lo que la Iglesia ha dado a las mujeres”
Un libro escrito por
mujeres historiadoras, coordinadas por Lucetta Scaraffia : atea y feminista radical, hasta
que la verdadera faz de ese feminismo, el estudio de la Historia y la figura de
Santa Teresa de Jesús la impulsaron a convertirse.
Un título provocador:
“La Gran prostituta”; como saben, así llegó a insultar Lutero a la Iglesia
Católica.
El libro desmonta los tópicos sin
base, pero propagandísticamente eficaces sobre el papel de la mujer en la
historia: la actitud de la Iglesia ante
la mujer, el celibato
eclesiástico, la Inquisición, el antisemitismo, el odio al sexo o la enemistad
hacia la ciencia, así como otros mitos inventados por la propaganda anti
cristiana cuya carencia de fundamento histórico queda al descubierto.
Giulia Galeotti se encarga del
capítulo dedicado a ”la actitud de la Iglesia ante la mujer”, “opresores de las
mujeres”. Además de doctora en Historia
y joven investigadora y profesora en la Universidad de Florencia, Giulia
Galeotti se ha especializado en una revisión histórica sobre el feminismo y
el papel de la mujer en la sociedad antigua, moderna y contemporánea. Católica y
sin reparos para hablar de lo que considera una cierta "misoginia" en
la Iglesia, la defiende sin embargo, frente a la tópica falsedad de ser una enemiga de la
mujer.
Galeotti ha llegado a esa conclusión tras años
de estudios e investigaciones de otras mujeres, además de los suyos propios, no sólo
"sobre todo lo que las mujeres han dado a la Iglesia en el curso de los
siglos", sino también sobre "todo
lo que la Iglesia ha dado a las mujeres”, ofreciéndoles posibilidades que la sociedad
laica de su tiempo ni concebía siquiera".
La Iglesia innovadora, desde el principio.
Para empezar, recuerda el papel de la Santísima Virgen,
una mujer, en la Redención, pues su "aceptación... tuvo la
capacidad de cambiar el curso de la Historia", e incluso en la misma
Sagrada Familia, donde, algo impensable en su tiempo y sin merma de la
autoridad de San José, "en el
centro hay una mujer".
Y luego está el caso de María
Magdalena: en una época y una cultura en donde la mujer
"no tenía la capacidad (jurídica y en sentido lato) de atestiguar",
Cristo la elige a ella como primer
testigo de su Resurrección.
La Iglesia introdujo en la sociedad "una revolucionaria
concepción del vínculo matrimonial pidiendo a los cónyuges el mismo deber de
fidelidad", igualándoles así desde el plano
moral en algo en lo que la permisividad social ha sido, y es todavía,
radicalmente discriminatoria: "Durante mucho tiempo, el
derecho canónico ha sido el único que igualaba el adulterio masculino y el
adulterio femenino".
En la Edad Media
En cuanto al papel real de la mujer en la
sociedad, durante la Edad Media, periodo esencialmente cristiano, abundan los
casos de subordinación masculina al poder de una mujer incluso en el ámbito
eclesiástico.
Galeotti expone con detenimiento el caso de la
Consorzia, una hermandad mariana
que nació en el siglo XIII en torno a la catedral de Savona (Italia), mixta,
gestionada indistintamente durante siglos por un prior o una priora, pero que
paulatinamente, entre 1529 y 1564, fue marginando a los hombres de la
dirección: podían ser miembros, incluidos el obispo y los
canónigos de la catedral, pero tanto la priora (noble) como la subpriora
(plebeya) tenían que ser mujeres. No hace falta decir que en
aquellos tiempos el poder político, económico y jurisdiccional de una hermandad
de esa naturaleza excedía lo devocional, y en particular la Consorzia fue durante siglos, bajo la
dirección femenina, un factor decisivo en el desarrollo de la ciudad y de la
región.
Giulia Galeotti destaca asimismo dos figuras
cuyo carisma personal era reconocido con naturalidad -pese a las dificultades
que encontraron, similares a las de otros profetas o reformadores varones- por
los Papas de su tiempo, como Santa Catalina de Siena (1347-1380) y Santa
Teresa de Jesús (1515-1582).
Edad Moderna
A partir del siglo XVIII se inicia la
secularización de las sociedades europeas, de forma intensa y agresiva a partir
de la Revolución Francesa, surgen
congregaciones femeninas que la Iglesia impulsa y demuestran la capacidad de
iniciativa, creatividad y gestión de las
mujeres para
solventar de manera práctica y concreta necesidades sociales
nuevas: educativas, sanitarias, asistenciales.
Monjas empresarias: las
misioneras combonianas llegaron a zonas de Sudán aún desconocidas por aventureros y exploradores.
Nace además una figura de facto: la
"monja-empresaria".
Cuando las primeras feministas de la sociedad burguesa empezaban a reivindicar
algún papel para la mujer en el ámbito laboral urbano -en el campo nunca lo
habían perdido-, las religiosas, tanto de vida activa como contemplativa,
gestionaban con eficacia importantes patrimonios y actividades económicas al
servicio de sus fines fundacionales o para subvenir las necesidades de unos
monasterios que ya no podían vivir, como en siglos pasados, de las dotes
recibidas o de patronazgos exclusivos.
Del mismo modo, numerosos monasterios ofrecían a sus monjas una formación
cultural a la que
la mayor parte de sus contemporáneas no tenía acceso en la vida civil.
O está el caso de Teresa
Eustaquia Verzieri (1801-1852),
quien fundó en 1831 las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús y peleó hasta
conseguir que también las congregaciones femeninas pudiesen tener una superiora general. Lo consiguió del
Papa Gregorio XVI para su instituto en 1841
(cuando en la sociedad civil las mujeres no podían ni votar), abriendo la
puerta a un principio luego general.
Feminismo actual: dos etapas anti-femeninas.
Tras este sucinto pero clarificador repaso
histórico, Galeotti reprocha, por contraste, la componente anti-femenina de las
dos grandes etapas del feminismo contemporáneo.
La etapa de la "liberación sexual", porque
ha intentado "borrar la fisonomía y la específica anatomía de las mujeres
del discurso público y jurídico".
El odio a la maternidad
de ese feminismo presenta la especificidad femenina "como
un handicap que hay que borrar". La "anatomía
femenina", por el contrario, "es un valor, no una dolorosa carga
construida históricamente sobre la injusticia y fundada en la prevaricación
masculina".
Y en su etapa actual, la de la "ideología de género", el
feminismo es aún más anti-femenino, porque como, según esa ideología, las
diferencias biológicas entre hombres y mujeres son "construcciones
culturales inducidas de las que hay que liberarse para establecer una auténtica
igualdad", lo que se intenta es "liberar a las
mujeres liberándolas de su feminidad, limpiándolas de sus
características naturales".
La Iglesia, oponiéndose como lo ha hecho a ambas
corrientes, "desarrolla cada vez más un importante papel de defensa
de la especificidad de la mujer".