El Catecismo de la Iglesia Católica, ejemplo de respeto a los homosexuales:


El Catecismo de la Iglesia Católica, ejemplo de respeto a los homosexuales:

 “los homosexuales deben ser acogidos con respeto y delicadeza”

“deben acercarse gradualmente a la perfección cristiana”

El Catecismo de la Iglesia Católica nos habla de la homosexualidad dentro de un apartado llamado “Castidad y homosexualidad” con los siguientes tres puntos breves y claros (el subrayado es nuestro):

2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.

2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.

En el número anterior, el Catecismo nos hace ver que, junto al respeto a los homosexuales, se debe rechazar claramente el ejercicio de la homosexualidad:

2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.

Dentro de este contexto se entiende mejor la muy difundida respuesta del papa Francisco cuando le preguntaron acerca de este tema:”¿Quién soy yo para juzgar…?”


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