Transexuales:
¿el cuerpo humano miente?
A
pesar de los eslóganes ideológicos, la ciencia afirma que la naturaleza humana
exige coherencia entre los genes y el sexo fisiológico
Asistimos a un
experimento antropológico, que se apoya en la Biotecnología, con
la pretensión de conducir hacia un tipo de ser humano para el que no existen
sexos, «sólo roles», y según el cual la identidad sexual, ser varón o ser
mujer, es de libre elección ¿Significa que no es importante, o incluso no es
necesaria, la conexión psicológica entre «yo y mi cuerpo»?
Los conocimientos actuales de la
Biología humana, especialmente los datos de las
neurociencias, acerca de la identidad sexual, nos permiten analizar con
serenidad, sin prejuicios y sin enjuiciamientos de ningún signo, ni
transfobias, qué puede suponer alejarse uno mismo del propio cuerpo.
El sexo corporal está determinado en la
herencia biológica recibida de los padres. En primer lugar, por la
diferente información genética del par de cromosomas XX de la mujer, o XY varón.
En segundo lugar, porque los patrones, de la feminidad o de la masculinidad, se
ponen en marcha ordenadamente por componentes específicos del cromosoma Y, o
del par XX. La misma herencia genética –23 pares de cromosomas– está presente
en todas las células del organismo.
Los genes de las células que constituyen las gónadas –ovarios o testículos–,
que generan, a su vez, las células de la transmisión de la vida, bien femeninas
–óvulos– o masculinas –espermios–, así como las células que forman los genitales,
y las células del cerebro, se activan o se silencian al compás de las hormonas
sexuales, cuya síntesis dirige la ausencia de un cromosoma Y en la mujer o la
presencia en el varón.
Los órganos de la reproducción y el cerebro tienen sexo. Sólo un cuerpo de
mujer forma y madura óvulos, y sólo un cuerpo de varón produce espermios. El
estado del ADN de los óvulos es diferente del estado que tiene el material
genético de los espermios. Ese estado del ADN específico de sexo se denomina
impronta parental.
La
identidad sexual forma parte de la identidad biológica de cada persona. El «yo» se somatiza en el cuerpo, que
es sexuado. El sexo cerebral, psicológico, coincide con el corporal, y da lugar
a un amplio margen de estilos de los varones y las mujeres. El cerebro tiene
sexo.
Esto no supone ignorar que hay personas transexuales, que se sienten del sexo
opuesto al de su cuerpo, ni ignorar que existen personas con un trastorno del
desarrollo gonadal –«ovotesticular»–, que presentan ambigüedad en las estructuras gonadales y en los
genitales.
Hoy sabemos que la causa de ambas
condiciones es genética. La alteración de uno o más genes lleva consigo
deficiencia de alguna de las enzimas ligadas al metabolismo de las hormonas
sexuales y, con ello déficit, o exceso, en la acción que éstas ejercen sobre la
regulación de otros genes.
Durante la fase prenatal los genes de los cromosomas sexuales establecen las
estructuras de los testículos o de los ovarios fetales que fabrican las
hormonas. También el cerebro recibe y metaboliza las hormonas, en momentos
adecuados y diferentes de los de la consolidación de las gónadas. Mantiene un
delicado equilibrio hormonal que traza las líneas maestras del patrón cerebral
femenino o masculino.
A diferencia de cualquier otro órgano, el cerebro es plástico toda la vida. Se
estructura y funciona a golpe de hormonas en algunas fases tempranas de la
vida, y sobre todo de vivencias, experiencias, adicciones y decisiones. La
acción de las hormonas es especialmente intensa en la infancia –primera
pubertad– y en la pubertad con la que comienza la adolescencia.
Puede afirmarse que la acción directa de
las hormonas sexuales sobre el cerebro es un factor crucial en el desarrollo de
la identidad de género, masculina o femenina. No obstante no es suficiente.
De hecho, hay diferencias en la sensibilidad a los andrógenos, hay diferentes
niveles hormonales y de los receptores, que las captan para que ejerzan su
acción específica en las células tanto de los órganos de la reproducción, como
del cerebro.
Por ello, existen personas transexuales a las que su cuerpo no les dice lo
mismo que su «yo». Y existen personas, antiguamente denominados «intersexos» o
«hermafroditas», que su cuerpo les da un mensaje ambiguo, por sufrir un
trastorno del desarrollo ovotesticular.
Los conocimientos actuales apuntan, en
el caso de la transexualidad, a una disfunción en la percepción cerebral del
propio cuerpo, que no es una simple cuestión de preferencia dependiente del
entorno social o del aprendizaje. Y, por ello, la investigación biomédica pone
en tela de juicio que la armonía psique/ corporalidad se alcance con las
intervenciones quirúrgicas y los tratamientos hormonales que cambian el sexo
genital y los caracteres sexuales secundarios y a su vez afectan al cerebro.
Las personas con trastorno genético del desarrollo gonadal tienen estructuras
corporales con ambigüedad
sexual, sin efectos cerebrales. Los niños
que nacen genética y
hormonalmente como varones se identifican desde la infancia como varones, a
pesar de haber sido, muchas veces, criados y educados como mujeres, e incluso
haberles sometido a una cirugía feminizante y des-masculinizante en el
nacimiento.
A su vez, niñas sometidas a altos niveles de andrógenos –que proceden de las
glándulas suprarenales– en la etapa prenatal tienen genitales masculinizados y,
sólo en casos extremos, presentan transexualidad. Hoy podemos saber qué ha
causado la ambigüedad
gonadal, y educarle como lo que es en realidad. Los tiempos de que ante la duda
«sea niña», han pasado afortunadamente.
Es un principio
general que el cuerpo humano no miente, y siempre avisa de lo que ocurre. Por
el contrario, el cerebro puede errar en sus percepciones. Pero, aún entonces,
todo lo que ocurre en la psique el cuerpo lo somatiza. La información sobre los
avances de la neuroendocrinología y de la neuroimagen, en este campo, debe
darse a conocer, y debería tenerse en cuenta en la educación de las nuevas
generaciones. Los slogans al uso «no existen sexos, sólo roles», impuestos
desde la infancia, no reconocen lo que la ciencia pone de manifiesto: la
naturaleza humana exige coherencia en los niveles genético y gonadal, porque el
«yo» está somatizado en un cuerpo que es sexuado.
Desde hace algo más de una década, ese slogan se ha convertido en el icono de
la modernidad y algunos defienden que esta perspectiva ha de aceptarse y
transmitirse desde la infancia. La idea que subyace es librarse de las
exigencias del propio cuerpo, ser autónomo y auto-construirse a sí mismo. El
sexo –se dice– no es nada más que una función fisiológica –que sólo ofrece ser
varón o mujer como únicas posibilidades–, mientras el genero se refiere a las
preferencias y éstas son realidades sociales sujetas a cambios tantas veces
como se quiera.
No obstante, así
como la igualdad de derechos de la mujer con el varón es una cuestión social,
cultural y jurídica, la superación de los sexos exige la intervención de la
biotecnología. Se trata de llevar a cabo una revolución de la humanidad opuesta
a los procesos de la
Evolución biológica. De ahí que haya una fuerte brecha en el
planteamiento de este experimento sobre la identidad de género. La biología
humana, que no es mera zoología, pone de manifiesto lo especifico de un ser
vivo cultural.
Y sin embargo, la biología no es cultura
y no se cambia fácilmente, ni sin pagar un alto precio. Es la persona, cada
uno de los hombres y mujeres, el que es un ser vivo cultural. El protocolo de
este experimento requiere pasar el tribunal de la ciencia ¿Qué supone
contraponer en una persona el sexo biológico y el psicológico y social? ¿Qué es
innato en ello, y qué cultural? ¿Qué ofrece la biotecnología, de hecho, al
cambio de sexo? ¿Qué garantías de éxito hay?
Y si resultara que el experimento no es válido: ¿Cómo paliaríamos las
consecuencias en las posibles víctimas a las que no se les ha dado opción de
elegir participar o no en el experimento?