Sugerencias para el Papa Leòn




Sugerencias para el Papa Leòn

Con mucho cariño y respeto, Santo Padre, le dirijo esta propuesta, pidiendo al Espìritu Santo que lo ilumine en su responsabilidad como sucesor de S. Pedro.

Como ciudadano común, persona con muchos años y pensando que represento lo que los católicos deseamos, tengo el atrevimiento de proponerle los siguientes grandes objetivos para su gobierno:

1.     Mantener su meta prioritaria en la Unidad de la Iglesia.

2.    Seguir defendiendo la familia natural, biológica, cristiana.

3.     Para fortalecer la unidad doctrinal, recuperar y difundir el Catecismo editado por S. Juan Pablo II, como libro de consulta permanente para Obispos, Pàrrocos y Sacerdotes y de estudio obligatorio para seminaristas. Ese Catecismo recoge la riqueza de todo el patrimonio doctrinal, teológico, bíblico y litúrgico de la Tradiciòn de màs de 20 siglos de la Iglesia.

4.    Proponer a la humanidad soluciones y ayudas a las madres, para que no aborten.

5.    Sinodalidad como escucha, no como discusión de la doctrina.

6.    Seguir frenando la pràctica de la homosexualidad y el abuso sexual dentro de la Iglesia.

7.    Proponer, especialmente a los jóvenes, soluciones para difundir la doctrina católica en redes.

8.    Denunciar el problema de las guerras como enriquecimiento a través de la industria armamentística.

9.    Denunciar la corrupción mundial en los políticos.

10. Denunciar el grave problema del consumo de drogas.

11.  Denunciar el grave problema del tràfico de personas.

12. Denunciar el problema de pornografía en redes, especialmente la pedofilia.

13. Insistir en el principio de subsidiariedad respecto a la intervención del estado en la vida privada.

14. Denunciar las superestructuras internacionales políticas y económicas opresoras de las libertades de las países y personas.

15. Proponer a la humanidad disminuir la emigración, desarrollando los países pobres.

Con mucho respeto, pido a Santa Marìa por el Papa Leòn.

















¿Por qué la ciencia se desarrolló especialmente en la cultura cristiana?

 



¿Por qué la ciencia se desarrolló especialmente en la cultura cristiana?


El Catecismo de la Iglesia Católica: libro de consulta

 



II.        ¿Quieres conocer la doctrina católica?  Pregùntale al Catecismo

 El Catecismo de la Iglesia Católica: libro de consulta

EL Catecismo es una exposición orgánica de la fe y la moral católica en 2.865 puntos.

La Biblia, con el Antiguo y Nuevo Testamento, es un libro que todo cristiano debe tener en su casa, para leer, consultar, meditar y rezar diariamente. Lo mismo pasa con el Catecismo: necesitamos tener un ejemplar de la versión oficial del Catecismo de la Iglesia Católica para consultarlo y estudiarlo frecuentemente. Se puede tener y consultar esa versión, en distintos idiomas, en http://www.vatican.va/archive/ccc/index_sp.htm

En realidad, la versión oficial está dirigida a personas con cierta preparación teológica y filosófica (Obispos, sacerdotes, profesores, catequistas, etc.) pero, todos la debemos conocer, y consultar, aunque haya contenidos que no acabemos de entender bien por falta de capacitación. De hecho, esa versión es como la guía de seguridad para las versiones “populares” del catecismo. De ese “texto maestro” se van realizando versiones divulgativas que se orientan a la catequesis de distintos tipos de personas: jóvenes, niños, adultos, catequistas,… Por ejemplo, la Conferencia Episcopal Española tiene un catecismo para la iniciación sacramental de niños y adolescentes; de igual manera otras Conferencias Episcopales. Por eso, en el prólogo de esta versión oficial, se dan una serie de indicaciones prácticas para su uso: -

Este catecismo está concebido como una exposición orgánica de toda la fe católica. Es preciso, por tanto, leerlo como una unidad. Por ello, en los márgenes del texto se remite al lector frecuentemente a otros lugares (señalados por números más pequeños y que se refieren a su vez a otros párrafos que tratan del mismo tema) y, con ayuda del índice analítico al final del volumen, se permite ver cada tema en su vinculación con el conjunto de la fe. - - - - Con frecuencia, los textos de la sagrada Escritura no son citados literalmente, sino indicando sólo la referencia (mediante cf.). Para una inteligencia más profunda de esos pasajes, es preciso recurrir a los textos mismos. Estas referencias bíblicas son un instrumento de trabajo para la catequesis. Cuando, en ciertos pasajes, se emplea letra pequeña, con ello se indica que se trata de puntualizaciones de tipo histórico, apologético o de exposiciones doctrinales complementarias.

Las citas, en letra pequeña, de fuentes patrísticas, litúrgicas, magisteriales o hagiográficas tienen como fin enriquecer la exposición doctrinal. Con frecuencia estos textos han sido escogidos con miras a un uso directamente catequético. Al final de cada unidad temática, una serie de textos breves resumen en fórmulas condensadas lo esencial de la enseñanza. Estos "resúmenes" tienen como finalidad ofrecer sugerencias para fórmulas sintéticas y memorizables en la catequesis de cada lugar.

La estructura del "Catecismo de la Iglesia Católica"

El plan de este catecismo se inspira en la gran tradición de los catecismos, que articulan la catequesis en torno a cuatro "pilares": la profesión de la fe bautismal (el Símbolo), los sacramentos de la fe, la vida de fe (los Mandamientos), la oración del creyente (el Padre Nuestro).

Primera parte: la profesión de la fe Los que por la fe y el Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su fe bautismal delante de los hombres (cf. Mt 10,32; Rom 10,9). Para esto, el catecismo expone en primer lugar en qué consiste la Revelación por la que Dios se dirige y se da al hombre, y la fe, por la cual el hombre responde a Dios. El Símbolo de la fe resume los dones que Dios hace al hombre como Autor de todo bien, como Redentor, como Santificador y los articula en torno a los "tres capítulos" de nuestro Bautismo —la fe en un solo Dios: el Padre Todopoderoso, el Creador; y Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor y Salvador; y el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia.

Segunda parte: Los sacramentos de la fe La segunda parte del catecismo expone cómo la salvación de Dios, realizada una vez por todas por Cristo Jesús y por el Espíritu Santo, se hace presente en las acciones sagradas de la liturgia de la Iglesia, particularmente en los siete sacramentos.

Tercera parte: La vida de fe La tercera parte del catecismo presenta el fin último del hombre, creado a imagen de Dios: la bienaventuranza, y los caminos para llegar a ella: mediante un obrar recto y libre, con la ayuda de la ley y de la gracia de Dios; mediante un obrar que realiza el doble mandamiento de la caridad, desarrollado en los diez mandamientos de Dios.

Cuarta parte: La oración en la vida de la fe La última parte del catecismo trata del sentido y la importancia de la oración en la vida de los creyentes. Se cierra con un breve comentario de las siete peticiones de la oración del Señor. En ellas, en efecto, encontramos la suma de los bienes que debemos esperar y que nuestro Padre celestial quiere concedernos.

 Los índices.  El texto contiene tres prácticos índices, muy útiles para localizar temas y relacionarlos: Índice de textos, Índice temático, e Índice general


I. ¿Quieres conocer la doctrina católica? Pregùntale al Catecismo

 



I.        ¿Quieres conocer la doctrina católica?  Pregùntale al Catecismo

El Papa San Juan Pablo II nos explica cómo y porqué se redactó el Catecismo de la Iglesia Católica en la Constitución Apostólica “Fidei depositum”.

 El Catecismo de la Iglesia Católica es una profunda y sólida exposición de la fe y la moral católica, un excelente tratado de teología dogmática, fruto de veinte siglos de vida e investigación teológica cristiana. 

El Papa Juan Pablo II nos explica en la Constitución Apostólica “Fidei depositum”, cómo y porqué re redacto y publicó. Estos son algunos párrafos seleccionados de dicha Constitución firmada por el Papa Juan Pablo II el 11 10-1992:

Desde su clausura, el Concilio no ha cesado de inspirar la vida eclesial. En 1985, yo pude afirmar: «Para mí —que tuve la gracia especial de participar en él y colaborar activamente en su desarrollo—, el Vaticano II ha sido siempre, y es de una manera particular en estos años de mi pontificado, el punto constante de referencia de toda mi acción pastoral, en un esfuerzo consciente por traducir sus directrices en aplicaciones concretas y fieles, en el seno de cada Iglesia particular y de toda la Iglesia Católica.

Es preciso volver sin cesar a esa fuente» En este espíritu, el 25 de enero de 1985 convoqué una asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos, con ocasión del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio. El fin de esta asamblea era dar gracias y celebrar los frutos espirituales del concilio Vaticano II, profundizando en sus enseñanzas para una más perfecta adhesión a ellas y promoviendo el conocimiento y aplicación de las mismas por parte de todos los fieles cristianos.

En la celebración de esta asamblea, los padres del Sínodo expresaron el deseo de que fuese redactado un Catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre la moral, que sería como el punto de referencia para los catecismos o compendios que se redacten en los diversos países. La presentación de la doctrina debería ser bíblica y litúrgica, exponiendo una doctrina segura y, al mismo tiempo, adaptada a la vida actual de los cristianos. 

Desde la clausura del Sínodo, hice mío este deseo juzgando que «responde enteramente a una verdadera necesidad de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares». De todo corazón hay que dar gracias al Señor, en este día en que podemos ofrecer a toda la Iglesia, con el título de «Catecismo de la Iglesia Católica», este «texto de referencia» para una catequesis renovada en las fuentes vivas de la fe.

Un Catecismo debe presentar fiel y orgánicamente la enseñanza de la Sagrada Escritura, de la Tradición viva de la Iglesia y del Magisterio auténtico, así como la herencia espiritual de los Padres, de los santos y santas de la Iglesia, para que se conozcan mejor los misterios cristianos y se reavive la fe del Pueblo de Dios. Debe recoger aquellas explicitaciones de la doctrina que el Espíritu Santo ha sugerido a la Iglesia a lo largo de los siglos.

Es preciso también que ayude a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas que en el pasado aún no se habían planteado. El Catecismo, por tanto, contiene «lo nuevo y lo viejo» (cf. Mt 13, 52), pues la fe es siempre la misma y fuente siempre de luces nuevas.

Pido, por tanto, a los pastores de la Iglesia, y a los fieles, que reciban este Catecismo con espíritu de comunión y lo utilicen constantemente cuando realicen su misión de anunciar la fe y llamar a la vida evangélica. Este Catecismo les es dado para que les sirva de texto de referencia seguro y auténtico en la enseñanza de la doctrina católica, y muy particularmente, para la composición de los catecismos locales. Se ofrece también, a todos aquellos fieles que deseen conocer mejor las riquezas inagotables de la salvación (cf. Jn 8, 32) 

Este Catecismo no está destinado a sustituir los catecismos locales debidamente aprobados por las autoridades eclesiásticas, los Obispos diocesanos o las Conferencias episcopales, sobre todo cuando estos catecismos han sido aprobados por la Sede Apostólica.

El Catecismo de la Iglesia Católica se destina a alentar y facilitar la redacción de nuevos catecismos locales que tengan en cuenta las diversas situaciones y culturas, siempre que guarden cuidadosamente la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina católica. 


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Los errores de los libertadores de Hispanoamèrica




Los errores de los libertadores de Hispanoamèrica

Luis Pinilla  · 

Resulta muy fácil atribuir a otros el origen de nuestras propias y muy lamentables desgracias; es fácil y es humano, aunque sea un error. En otros casos no es así, hay una voluntad ajena que se perfila y se dibuja nítida, provocadora de nuestros elocuentes desastres.

 Si el origen de gran parte de los desbarajustes y del hundimiento generalizado radica en personajes que hemos idealizado, aún resulta más arduo emitir una valoración objetiva y desapasionada de los hechos históricos. Se presenta en esas condiciones una tarea titánica para perforar la capa que nos separa de la veracidad, porque resulta arduo tener que rebajar a un ídolo elevado por la tradición y por el ámbito cultural al que pertenecemos.

Permanece una consideración oficial para los llamados "libertadores" de Hispanoamérica, en cuanto son reconocidos simbólicamente en diversos países y latitudes, en cuanto constituyen una seña de identidad nacional, en cuanto se fusionan con el pueblo y con la historia de una nación de un modo representativo.

Ahora bien, habrá que señalar, asimismo, con el mayor propósito de objetividad los desaciertos que cometieron; y las tremendas y, tal vez, irreversibles repercusiones históricas reales y palpables que de ellos se han derivado, y que continúan derivándose en la actualidad. No es asunto baladí, sino un grave, patente y mayestático asunto.

Sin entrar en otras cuestiones, el cardinal y descomunal error de los "libertadores" fue recibir un territorio inmenso, unido y coordinado, y fragmentarlo pavorosamente. Cabe preguntarse: ¿Tenían en mente cómo se organizarían con efectividad tras la emancipación? ¿Había líderes rigurosos y élites intelectuales avanzadas y preclaras que marcaran el paso histórico firme y apreciable a seguir? ¿Se puso en el más alto pedestal el valor del bien común y el proyecto de un próspero futuro compartido ante los desafíos que habría que enfrentar?

Si los libertadores disgregadores hubieran diseñado unos Estados Unidos Hispanoamericanos, bien organizados –pues en sus manos estaba recomponer y moldear aquel vasto territorio–, modernos y con vocación de crecimiento, con gran probabilidad se hubieran convertido en la primera potencia mundial, y lo serían en la actualidad, en vez de los Estados Unidos de América.

 Los estadounidenses no se hubieran atrevido a tocar Texas, pues hubieran llegado ejércitos de toda Hispanoamérica y los hubieran hecho replegarse quizás hasta Alabama, o más hacia la costa atlántica. A México no le hubieran arrebatado California, Nevada, Utah, Colorado, Arizona, Nuevo México y Texas, el 55% de su suelo patrio; aproximadamente 2,4 millones de km² de territorio –la mayor y más rauda anexión territorial de la historia mundial sobre una nación– con enormes riquezas naturales y de envidiable posición geoestratégica.

 Los libertadores disgregadores fueron, en gran medida, una élite aristocrática que empujó a las masas hacia un vacío de poder; vacío de poder que ocuparían ellos mismos como nuevos interesados virreyes de sus propias taifas. Su vinculación con los poderes anglosajones fue palmaria. Los descendientes históricos de gran parte de aquellos libertadores disgregadores son las oligarquías dominantes –en muchos casos corruptas– en los países hispanoamericanos que, al igual que aquellos, tienden a vincularse con el poder económico y político anglosajón.

 Frente a esas oligarquías tampoco se han levantado movimientos políticos recios que fijen la auténtica liberación de las limitaciones de esos territorios en la creación de una federación hispanoamericana; con un espacio económico común, con instituciones comunes que aboguen por la modernización económica y política, con leyes que establezcan cohesión y paz sociales.

 Aquellos "libertadores", con sus acciones, decantaron la historia mundial del siglo XIX, del XX y, probablemente, del XXI.

De manera desapasionada y con la aportación de datos fehacientes hemos de constatar, asimismo, sus ciclópeos errores; y determinar que en ellos se aloja el origen de gran parte de las dramáticas penalidades acaecidas en la historia y vividas en la actualidad en las naciones hispanoamericanas.

Sin embargo, resulta más cómodo y rentable –para tapar la propia degradación– imputar con iniquidad a España, a otros, las calamidades, descalabros y desastres consumados.