15 aportaciones
que el cristianismo ha hecho a Europa… y al mundo
El perdón, la noción de persona
y la gratuidad son algunas de ellas
La situación
actual de Europa es ambigua y llena de contradicciones. Por un lado, tiene un
potencial enorme, y por otro presenta signos preocupantes.
¿Qué elementos
de tradición y de origen cristiano pueden contribuir a hacer una Europa mejor,
más humana?
Nos propone 15
ideas, desde su sabiduría de ecumenista, el profesor y cura Antoni
Matabosch, que ha sido presidente de la Fundació Joan Maragall, a quién el
Gobierno Catalán acaba de conceder la Cruz de Sant Jordi.
1. La noción
de persona. En la
tradición judeocristiana encontramos la gran novedad que Dios quiere establecer
una relación de amor / amistad con cada hombre y con cada mujer. Todos los
seres humanos son amigos de Dios de la misma manera. Todos son iguales y
valiosos. No son Dios, pero son imagen de Dios. La suprema dignidad de todo
hombre / mujer es un bien democrático incuestionable, es un bien cultural
supremo y no negociable. En la reflexión cristiana posterior, esta dignidad
humana fue llamada persona e implica cuatro dimensiones principales. La persona
es subjetividad y autoposesión, se pertenece y administra (es el valor único e
irrepetible de toda persona). También es apertura al tu y a los demás. Es ser
con los otros, solidariamente. Es, finalmente, apertura a Dios.
2. La primacía
del ser sobre el tener. Si no
se pone en primer término cada persona humana y su maduración personal, es
fácil caer en el «fetichismo de la mercancía», como diría Marx. El consumismo y
el productivismo radical nos envuelven en una rueda en la que somos absorbidos
por lo que es externo, y el exceso no nos hace más personas. Es una caída en la
exterioridad personal y en las tiranías de la propaganda.
3. La síntesis
entre logos (razón) y ágape (amor). La tradición
griega ha aportado el valor de la racionalidad, de la razón, que ha dado los
frutos durante toda la historia de Europa, con un acento especial en la
Modernidad. Por eso hay que tener cuidado con las corrientes actuales que
hablan de “pensamiento débil” (Vattimo), de “pensamiento o sociedad líquida”
(Baumann) o de postverdad. Hay que rechazar, sin embargo, un racionalismo
unidimensional. La dignidad de la persona humana exige que todo (también lo más
ingenioso y agudo) esté empapado por el amor. No sin razón se habla ahora de la
inteligencia emocional. San Agustín ya decía que «no se puede entrar en la
verdad si no es por la caridad»: sólo una razón arraigada en lo que es más radical,
el amor, se revela como el más razonable y, por tanto, como la matriz más
fecunda de toda buena cultura. Esto también nos ayuda a entender la
razonabilidad de la fe.
4. La
historia, espacio de la libertad creativa del hombre. El devenir
histórico tiene un sentido que está en manos de la acción humana singular y
colectiva. No hay un determinismo fatalista, ni un eterno retorno. Hay un mundo
y una sociedad que va creando una cultura llevada por la mano del hombre. Nada
más lejos de una visión trágica del proceso histórico, aunque debido a la
libertad podemos avanzar o retroceder. La realidad es producto de la libertad.
5.- Los
derechos humanos, el valor de la democracia y del estado de derecho. La concepción
de todo ser humano como persona, con una dignidad inviolable, ha llevado poco a
poco a afirmar unos derechos humanos universales, proclamados finalmente por la
ONU en 1948. Los derechos humanos proporcionan un fundamento sólido para
instaurar y vivir en democracia, teniendo como base del Estado de Derecho.
6. La apertura
a lo trascendente. Cuando
una sociedad se cierra sobre sí misma y no se abre a todo lo que la sobrepasa,
se asfixia, queda reseca. Es aquella apertura al que se llama los
trascendentales: la belleza, la verdad, la bondad. Incluye la religión, pero se
amplía a otras dimensiones. Esta apertura es el origen de grandes empresas y
creaciones.
7. El
ecumenismo y diálogo interreligioso. El ecumenismo
busca la unidad de los cristianos y de las iglesias, en una Europa
pluriconfesional cristiana que en el pasado fue un nido de discordias
religiosas. El ecumenismo se basa en la libertad religiosa, en la aceptación de
los valores de los otros, al tener una identidad propia clara pero abierta a
nuevas ideas, y, finalmente, en el diálogo. Por otra parte, Europa es cada vez
más plural, más plurirreligiosa y la experiencia que tienen las confesiones
religiosas en las relaciones interreligiosas contribuye mucho a la paz y la
convivencia. Las relaciones interreligiosas buscan la armonía y se basan en la aceptación
de los valores religiosos de las otras religiones, la colaboración por el
bienestar de la sociedad, las experiencias religiosas compartidas y en el
diálogo.
8. El
favorecer un Islam europeo. Ciertos
valores y visiones cristianas muy asentadas y convertidas ya en cultura común
de los europeos pueden ayudar a que los musulmanes establecidos en Europa
practiquen un Islam que no sea puramente de imitación de lo que es tradicional
en sus países de origen. Los valores básicos de los europeos podrían influir en
una mayor aceptación de todos los derechos humanos, a introducir la razón
hermenéutica en sus textos sagrados y que se convierta cada vez más en una
religión sólo religiosa.
9. La unidad
de la familia humana y la solidaridad universal. Si la tradición
europea, basada en la enseñanza bíblica, nos enseña que todos los hombres y
mujeres son iguales en dignidad y forman una sola humanidad, deberíamos ser
solidarios con todo el mundo habitado. «La Europa que hemos sido llamados a
construir», dice el card. Martini, «debería ser capaz de ofrecer a todo el
mundo una nueva contribución de sabiduría: la que brota de aquella cultura
milenaria que la savia vital cristiana ha contribuido a madurar en el curso de
los siglos. En efecto, se pide a Europa que no se cierre sobre sí misma, sino
que siga estando abierta a toda forma de cooperación, sobre todo a favor de los
pueblos y los países más necesitados. También en favor de la construcción de
una civilización en la que el hombre se vuelva a reconciliarse con la creación,
con sus semejantes, consigo mismo ». No basta con crear la «casa común
europea»: hay que contribuir a formar una “familia de naciones».
10. Una nueva
cultura de la solidaridad acogedora. La tradición
cristiana hace hincapié en el amor a los demás, en las obras de misericordia.
Europa debería aprender a crear un sistema y una cultura del asilo y de la
migración. Deberían estar abiertas las puertas a los inmigrantes y refugiados.
El cierre hacia los demás crea una Europa egoísta y mísera.
11. El derecho
de los pueblos. Entre
las nuevas generaciones de derechos humanos, junto a los individuales y
económicos, hay que poner los derechos de los pueblos, los cuales, basados en
una cultura propia, forman una nación aunque no tengan Estado. Juan Pablo II ha
repetido muchas veces esta doctrina, especialmente ante la ONU, en 1995. La
Unión Europea debería reflexionar seriamente sobre los inconvenientes y las
injusticias que implica el estar fundamentada sólo en las naciones-estado. La
Unión Europea debería estar igualmente atenta a la unificación universal y la
pluralidad de entidades que la componen.
12. Aprender a
distinguir entre política y religión y entre Estado y religión. Las
vicisitudes de la historia han sido muy variadas, pero si se devuelve a las
raíces cristianas, los cristianos pueden aportar la importancia básica de la
separación de las religiones y el Estado, la libertad religiosa, que el Estado
reconozca la positividad básica las religiones y la necesidad de que se
establezcan acuerdos o convenios a fin de asegurar la paz social.
13. Las
estructuras universales y el principio de subsidiariedad. Para alcanzar
y afianzar un mundo solidario y que respete todos los pueblos de la tierra, es
cada vez más necesario crear estructuras internacionales: un nuevo Derecho
internacional, una nueva estructura mundial económica y financiera, tribunales
que ayuden a superar tensiones entre pueblos, un gobierno universal y
democrático que supere las actuales soberanías, etcétera. Como principio rector
de esta nueva forma de comunidad mundial, habrá que aplicar con rigor el
principio de subsidiariedad según el cual todo lo que se pueda hacer a un nivel
inferior no es necesario que lo haga uno superior, a fin de asegurar al máximo
la participación de todos a todos los niveles. Sería bueno que Europa fuese un
buen ejemplo.
14. Crear una
“casa común europea”. La
Asamblea Ecuménica Europea de Basilea remarcó que los cristianos deben ayudar a
reencontrar el alma de Europa, una especie de “casa común europea”, un modelo
de vida sustentado, basado en el humanismo, con un “reglamento de la casa
“sustentado en la igualdad, los valores compartidos, el diálogo, la acogida,
etc.
15. El perdón
reconciliador, la acogida y la gratitud. Para llevar a
cabo estos valores que están en la tradición de Europa se necesitan unas
actitudes de fondo que son inequívocamente cristianas y profundamente humanas y
humanizadoras. Para superar de verdad los enfrentamientos, las guerras o el
terrorismo, llega un momento que sólo el perdón lleva a la reconciliación y la
paz verdadera y duradera. Sólo una actitud acogedora de toda clase de vida y de
toda persona (venga de cerca o de lejos) puede poner una base estable de
convivencia ciudadana. La gratitud es la capacidad que se tiene que contemplar
algo como un don recibido, como un regalo, que se debe guardar con cuidado.
Europa y el mundo debería vivir como un intercambio mutuo de dones.
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