La historia de las jubiladas que tomaban café
y terminaron dando de comer a 20.000 personas
Las doce protagonistas de
esta historia han rechazado una vida cómoda
No eran cocineras profesionales pero se les partía el corazón de ver que
había niños que se dormían en clase por no haber cenado ni desayunado. Y
montaron su propio comedor social.
La reportera Tamara García Yuste nos cuenta esta
ejemplar historia.
Las doce protagonistas de esta historia han
rechazado una vida cómoda,
llena de viajes y actividades organizadas para personas jubiladas para
convertirse en las ‘chicas de oro’ de una cocina social en Zamora.
No,
no eran cocineras profesionales, sino simplemente amas de casa, madres de
familia que entendían que un plato caliente no sólo alimenta el cuerpo sino que
puede ser una declaración de amor, o de acogida o de acompañamiento.
Gracias a
la iniciativa que pusieron en marcha, en abril de 2014, estas doce mujeres han
conseguido servir más de veinte mil platos calientes servidos en fiambreras para las familias necesitadas de
su barrio.
Y
todo empezó por el café que tomaban todas las tardes.
“Éramos
un grupo de amigas jubiladas que íbamos a tomar café todas las tardes. Un día nos enteramos de que había
niños que se quedaban dormidos en clase, porque
no habían desayunado ni cenado. Por eso, pensamos que teníamos que crear un
proyecto para ayudar a las familias con hijos de nuestro barrio que estaban en
paro”.
Del
dicho al hecho. Las doce jubiladas contactaron con la asociación vecinal de San
José Obrero de Zamora que les
prestó un local en el que instalaron una cocina con electrodomésticos de segunda
mano.
¿De
dónde salió el dinero?, del bolsillo de las propias jubiladas y
de diferentes donaciones.
70 menús
al día para más de 200 familias
“Como
no teníamos un comedor grande, decidimos que las comidas se llevarían en un
tupper y así también podrían compartir este momento en familia y sin sentirse como si
recibieran limosna”, detalla Cañaver, que añade: “Ninguna de nosotras había
cocinado antes, pero no podíamos quedarnos quietas mientras la gente de nuestro
barrio no podía comer algo caliente”.
“La
cocina social alberga a gente de toda la ciudad. Vienen también estudiantes
sin recursos” cuenta una de las jubiladas
Aunque
esta cocina social nació para ayudar a las familias del barrio zamorano de San
José Obrero, “en estos momentos alberga a gente
de toda la ciudad e incluso de pueblos cercanos. Vienen también estudiantes sin
recursos”, relata otra de las jubiladas.
En
estos dos años han pasado de servir comida para llevar tres días a la semana a
hacerlo cuatro. “Cada día venían más de 200 personas. Por ello, tuvimos que aumentar la
entrega de comidas a un día más, porque la situación se nos iba de las
manos. Además, yo recordaba lo mal que lo había pasado durante la posguerra y
no podía quedarme de brazos cruzados” cuenta otra de las doce.
“Aguantaré
hasta que el cuerpo resista”
Sirven
una media diaria de sesenta menús para llevar, que constan de primer plato,
segundo y postre. “Cocinamos todo tipo de platos desde verduras al vapor, carne
a la plancha hasta guisos castellanoleonesés. A
las familias les encanta todo lo que hacemos, aunque su plato preferido son las
lentejas y las alubias”, se ríe Raquel. E incluso durante la época de
Navidad, “la gente del barrio pudo disfrutar de los roscones, turrones y dulces
navideños”, agrega.
Asimismo,
las personas necesitadas reciben
periódicamente leche, galletas, cacao y productos no perecederos para que puedan hacerse las cenas en
sus casas, es lo que ellas llaman “la despensa”.
Pero
no sólo de pan vive el hombre. Por eso la gente que acude a las doce jubiladas,
también pueden beneficiarse de prendas de vestir de segunda mano.
Todo
esto que suena tan bonito y altruista implica un trabajo notable. Tiempo,
horas, dedicación… y organización. Las mujeres se dividen en grupos de
tres y cada jornada en la que preparan la comida se pasan más de cinco horas
cocinando.
¿Y
qué dicen sus familias?
“Mis
hijos dicen que después de toda una vida trabajando, debería descansar. Pero yo les digo que aguantaré hasta que
el cuerpo resista, porque esta cocina social me está enriqueciendo
personalmente. Además, me siento útil”, relata Cañaver.
Raquel:
“No recibimos ni un euro de instituciones públicas. estamos haciendo el trabajo
que deberían hacer ellos”
A
pesar de “estar contenta por ayudar a estas personas”, Raquel también “está
triste”, pues asegura que “parece mentira que a estas alturas de la vida tengamos
que seguir ayudando a la gente necesitada sin que haya habido una guerra”.
La
solidaridad de un barrio que ha sufrido el hambre
La
labor de las doce es contagiosa. Ha generado una corriente de solidaridad que
nadie podía imaginar unos años antes. Las jubiladas han conseguido apoyo de muchas
familias del barrio San José
que con anterioridad han sufrido en sus carnes la falta de alimentos, de
industrias como Gaza, que aporta la leche a mitad de precio y entrega
donaciones, del Banco de Alimentos que entrega muchos de los alimentos que
utilizan para cocinar, de El Viso, que les regala el pan, y de otros
establecimientos que cuando pueden les dan donaciones o les ofrecen los
productos a precio de coste.
Eso sí, el Estado ni caso. Son los particulares, gente humilde,
muchos de los cuales saben lo que es pasar necesidad quienes se vuelcan. Pero
las instituciones públicas se encogen de hombros ante los dramas humanos.
Y
no es que las doce no hayan solicitado ayuda a las instituciones públicas.
Pero no han recibido ningún
tipo de respuesta. Raquel se
queja, con toda la razón: “Muchas veces me rebelo y pienso que tendríamos
que dejar de hacer esta labor, porque estamos haciendo el trabajo del Gobierno. Teníamos que salir a la calle y
luchar, porque como seres humanos tenemos unos derechos que nos están
quitando”.
Pero
luego se tranquiliza pensando que el objetivo principal lo han
cubierto: “Lo primordial es que estas familias puedan comer
caliente”, se emociona Raquel.
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